El intento de diálogo promovido en Noruega, incapaz de aguantar un par de reuniones, propicio apenas para verse las caras los rivales un rato y marcharse después de una apresurada despedida, invita a planteamientos que carecen de solvencia, quizá parientes de la endeblez que condujo a una fugacidad que solo se presta para divagaciones. Las intentaremos ahora, para rellenar a la buena de Dios la cuartilla editorial.

El divagar, si no quiere pasarse de la raya, debe evocar el hecho de que no todas las fuerzas de la oposición estuvieron enteradas a tiempo de la inminente tenida de Oslo. Fue un movimiento excesivamente unilateral que enderezó las cargas porque los arrieros excluidos no tuvieron más remedio que plegarse a regañadientes al periplo después de recibir explicaciones sobre la sorpresa. Una sorpresa a estas alturas del partido obliga a pensar no solo en la exclusividad que cierto sector de nuestra orilla quiso concederse, sino también en la ausencia de reflexiones previas que fueran capaces de llegar a algún destino.

Pero una divagación que pretenda ser apenas un poco debe ocuparse de la extrañeza que ha provocado la falta de frutos que caracterizó el cónclave, el regresar los de los dos bandos sin nada de valor en la maleta. Llegó tan vacía como salió, libre de bagajes y de promesas, cómoda para el viajante que no necesitó de mayores esfuerzos para soportar la carga y para dejarla en alguna parte. Mas ¿podía llegar el equipaje de otra manera? Los conciliábulos en los cuales se topan antagonistas enconados no suelen ser expeditos, no se van de bruces a encontrar un desenlace, van poco a poco y garabatean con trabajo sus libretos, especialmente si no panearon el itinerario entre todos.

Si la divagación debe ser apresurada como el objeto de sus comentarios, tiene la obligación de agradecer que no nos metieron en el quebradero de cabeza de analizar el vaivén de los argumentos, el trompicón de las propuestas, los chismes que habitualmente salen de ese tipo de encierros. El chisme es que no hubo chisme. La novedad radica en la falta de materiales para soltar unas letras con seriedad. Pero eso no es necesariamente una buena noticia, sino todo lo contrario. Del poco ruido noruego, que apenas tuvo eco endeble, y de las pocas nueces de Oslo que tal vez solo sirvan para un pasapalo, no surgen motivos para felicitar a la clase política por una proeza realmente digna de atención. Pero si ustedes también se ponen a divagar, apreciados lectores, quizá lleguen a conclusiones distintas.


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