Cuando nos ponemos a pensar sobre cómo llegaron los resultados de la última elección, la perplejidad conduce a la necesidad de alejarse del mundo de las campañas, los mítines y la búsqueda de votos. Si sabemos a ciencia cierta que el CNE dejó hacer y dejó pasar, para terminar proclamando unos escrutinios abrumadores en favor de la dictadura, pasamos de la perplejidad a la necesidad de evitar la contaminación con los procedimientos amañados que seguramente ocurrirán  en el futuro. Si se nos ha informado sobre el manejo de los centros de votación y del amedrentamiento de los testigos de la oposición a través de la amenaza y del ejercicio de la violencia, se multiplican las razones de la desconfianza y el deseo de mirar los toros desde la barrera.

Pero faltan otros motivos para quedarse en neutro, viendo cómo hacen y deshacen los acólitos del madurismo con la soberanía popular: la falta de previsiones de los candidatos de la oposición y de los manejadores de sus comandos para evitar el ventajismo descarado de los nominados por el régimen. Fueron muchos los casos en los que se dejaron pasar gato por liebre. Sobran evidencias capaces de probar que la voluntad de triunfar se esfumó ante la arbitrariedad y ante la fuerza bruta, pese a que se sabía que existían, que esperaban con sus artimañas en la puerta de los lugares de votación y en el manejo de los elementos técnicos que se encontraban en  cada mesa. Es evidente que se estaba ante una guerra avisada y aun así murieron los soldados en centenares de escaramuzas.

Si se agrega el hecho de las imposiciones posteriores de la prostituyente y de cómo  participaron cuatro gobernadores en el acto vergonzoso de juramentarse ante su poder contrario a la Constitución y a las pautas más elementales del civismo, crece el deseo de evitar una nueva humillación, una esperable e indeseable alternativa de sentirse otra vez burlados y violados como ciudadanos. Lo reciente apenas ha pasado, está demasiado encima, el tiempo no lo ha borrado de la sensibilidad de la ciudadanía, sigue dándonos bofetones y patadas. ¿Cómo olvidarlo, cómo meterlo en el cofre hermético de los recuerdos, para prestarnos a la nueva humillación que puede significar la inminente elección de nuestros alcaldes?

Hay dos héroes fundamentales que nos invitan a pensarlo mejor, dos encarnaciones del heroísmo republicano: Andrés Velásquez levantado contra el fraude en el estado Bolívar y Juan Pablo Guanipa negado a humillarse ante la prostituyente. Se dirá que dos golondrinas no hacen verano, pero conviene destacar que no han hecho solos su proeza, que los acompañan millares de electores dispuestos a pelear contra la indignidad y contra la injusticia, que representan a vastas comunidades dispuestas a jugársela contra la ignominia dictatorial.

Pero también podemos referir unas preguntas dignas de atención: ¿Nos rendimos del todo, ante el trabajo de rescatar la democracia frente a la hegemonía que no quiere dejar títere con cabeza?, ¿hacemos mutis por el foro cuando nos convocan a elegir alcaldes, como si no fuera con nosotros?,  ¿botamos tierrita y no jugamos más? Las respuestas no son fáciles, sino todo lo contrario, pero debemos formularlas en este nuevo capítulo crucial de la vida venezolana.


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