El Grupo de Lima no tiene a mano un botón rojo para mandar misiles contra Miraflores después de apretarlo y, si lo tuviera, no lo presionaría de buenas a primeras. Lo mismo le sucede a Guaidó y al resto de los líderes americanos y nacionales que se han manifestado contra la usurpación de Nicolás Maduro. Por fortuna, la suerte de la democracia venezolana no depende todavía del envío de soldados extranjeros en su rescate. La diplomacia tiene caminos más sutiles, pero eficaces, para cumplir su misión de imponer soluciones democráticas y civilizadas a los países cuyos regímenes las aplastan.

El Grupo de Lima ha reafirmado su decisión de continuar y profundizar esfuerzos para lograr la expulsión del usurpador que todavía permanece entre nosotros. Los esfuerzos implican el mantenimiento de su vigilancia sobre los sucesos venezolanos para actuar en consecuencia, la atención sobre cómo evolucionan las circunstancias y llegar a las desembocaduras que ellas determinen. No hay flaquezas en su determinación, no hay vacilaciones en su solidaridad con un pueblo flagelado por la usurpación, conducta que, en lugar de conducirnos a la frustración, debe ser motivo para levantar el ánimo. El hecho de que los países hermanos sigan los pasos de la situación nacional con ejemplar perseverancia, debe trasmitirnos la sensación de una cálida y útil compañía que dará frutos oportunamente.

Gracias a las reuniones del Grupo de Lima, al eco que ha llevado hasta todos los confines del mundo, se sabe de la existencia de una fuerza plural que sirve de sostén a nuestros empeños democráticos. La lucha que antes era solitaria cuenta ahora con un conglomerado de auxilios caracterizado por su compromiso y por su lucidez. Una agrupación de gobiernos democráticos hace ver que nuestra tragedia no es aprovechada en sentido unilateral por el gobierno de Estados Unidos, como ha querido afirmar la tesis superficial y arbitraria de los voceros del usurpador, sino que es apreciada con preocupación genuina por sociedades regidas por principios democráticos y por valores superiores de concordia y pluralismo.

Como reunión de gobiernos que, así como están pendientes de nosotros, tienen la precedente obligación de considerar la opinión de sus sociedades y los intereses de las fuerzas políticas que en cada jurisdicción las representan, los miembros del Grupo de Lima no se pueden ir de bruces. Tampoco el Ejecutivo de Estados Unidos, por muy poderoso que parezca. Debe mirar con cuidado las exigencias geopolíticas del caso, la posición de los países de la Unión Europea y los intereses de potencias relacionadas con la dictadura venezolana que no puede ignorar sin correr riesgos de importancia. De allí que también rijan para Washington los tiempos habitualmente parsimoniosos del juego diplomático.

Los impacientes deben considerar este panorama. Solo una extremidad puede variar el parecer internacional sobre Venezuela, o lo que hagamos en su interior para hacer que la visión extranjera cambie.


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