La crisis venezolana ha provocado la atención del mundo, especialmente de los países comprometidos con la democracia. Han sido tales la magnitud del sufrimiento del pueblo y la reacción de la ciudadanía ante la usurpación perpetrada por Maduro, que la mayoría de las sociedades que experimentan una cohabitación civilizada y moderna tratan de remendar nuestro entuerto con medidas de diferente especie. Las medidas que proponen y las decisiones que han tomado merecen gratitud, en cuanto son muestras de solidaridad y búsquedas de justicia que esperábamos desde hace tiempo; pero algunas, pese a la bondad de sus intenciones, pueden entorpecer la liberación de la república en lugar de facilitarla.

Es el caso de la decisión de los cancilleres de la Unión Europea, que han formado un grupo de contacto con el objeto de buscar soluciones a nuestros extraordinarios problemas en el plazo de 90 días mediante el encuentro de salidas basadas en el respeto de la democracia y de procesos morigerados de deliberación. Se trata de un empeño que en teoría parece conveniente, de una alternativa de acercamiento entre las partes en pugna que se caracteriza por la racionalidad, pero carece totalmente de fundamento debido al desconocimiento de la realidad venezolana; y, especialmente, de cómo puede la usurpación, según su costumbre ya inveterada, burlarse de las negociaciones y aprovecharlas para buscar la manera de sostener su tambaleante trono.

La dictadura se ha negado a dialogar desde el comienzo de las presentes convulsiones. Ni siquiera ha jugado cartas limpias en la víspera, cuando tenía la posibilidad de detener la estampida popular, porque su única intención es la de una hegemonía que no admite contrastes, la de un control dispuesto a detener por las malas cualquier medida que lo alivie. De allí que, si topa con el salvavidas de 90 días que ofrecen los cancilleres de la Unión Europea, lo usará solo para repetir una conducta caracterizada por las simulaciones, las patrañas, las mañas turbias  y las zancadillas a través de las cuales pueda apuntalar su continuismo.

Los cancilleres de la Unión Europa piensan que pueden encontrar en el madurismo un equipo dispuesto a la concertación, pero no saben en realidad el oxígeno que pueden ofrecer  a un conjunto de individuos que no respetan a quienes le piden la conciencia que no tiene, a quienes confían en unos escrúpulos que no existen, a quienes buscan una honestidad sin lugar en las cavernas  de una sensibilidad delincuencial. Con el usurpador y con sus secuaces no se puede calcular el tiempo como se marca en Europa, pensando en lapsos apropiados para hacer tratos entre políticos respetuosos del interés de la sociedad. Para los matones y los malhechores 90 días pueden ser la salvación, debido a que permitirán posibilidades de sobrevivencia a través de unas vagabunderías que no pueden imaginar en Europa  los que los asumen como gobernantes en apuros, y no como la cáfila de facinerosos que son.

Tal vez se piense que concluimos ahora con una pregunta exagerada que procura alarmar a los generosos ofrecedores de tiempo, a los pródigos dadores de oportunidades, pero no lo es en absoluto. Ilustres cancilleres de la Unión Europea, ¿harían ustedes lo mismo hoy en sus territorios con alguien parecido a Hitler, sabiendo cómo actuó su modelo cuando, en infausta ocasión, le pusieron la paz en bandeja de plata?


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