Resulta poco menos que infeliz la declaración de los representantes de la oposición sobre la exigencia de “un gesto de Maduro” para retomar el diálogo con el gobierno. Es pedirle demasiado a un régimen que siempre juega sucio y que nunca ha negociado nada en términos transparentes, por lo menos hasta lo que va de gobierno del PSUV.

Más que un gesto, lo correcto sería desprenderse de cualquier esperanza de llegar a un acuerdo que permita desentramar este enredo que el mismo gobierno se ha encargado de oscurecer con fines específicos y particulares. Pensar que Maduro es capaz de oír las súplicas de la oposición y corresponder civilizada y políticamente para que los acontecimientos marchen en la dirección correcta y se pueda salir de la crisis es pecar de ingenuo y, peor aún, aceptar mansamente las reglas de un adversario que en ningún momento se siente dispuesto a ceder ni un ápice.

Sería estúpido pensar que se trata de una férrea voluntad de Maduro. Al contrario, indica la precariedad de las alianzas al interno de la cúpula del poder que impide al jefe del gobierno tomar iniciativas que no sean aprobadas por el entorno que lo aprisiona. En ese escenario quienes asumen las decisiones es el entorno militar y civil en pleno. ¿Entonces, qué se puede hacer, se preguntarán con toda justicia los opositores? ¿Cómo actuar ante un escenario cuyos actores obedecen a intereses de grupo y, al mismo tiempo, a presiones muy particulares de los personajes del poder? 

En estos casos habría que actuar con la suficiente astucia para conocer las corrientes cambiantes que predominan en la cúpula del poder. Basta con recordar históricamente cómo fueron las etapas inesperadas que llevaron a la caída de la URSS, el susto que sufrieron los imbéciles jefes del aparato burocrático y luego su deplorable derrumbe psicológico y su naufragio en el alcoholismo más deplorable.

Hoy sabemos que la anarquía política predomina en el seno de la cúpula del gobierno, los odios y los enfrentamientos entre los militantes civiles y los militares no ha terminado de cuajar la unidad en el seno de la revolución. Al contrario, los intereses políticos y económicos determinan un escenario cada día más frágil, y lo que es algo más amenazante, en sus propias bases desencantadas por las promesas de un mejor vivir y de una escasez que los reduce a la misma escala de quienes hoy son objetos de las misiones para atenuar el hambre.      

Cuando, según las agencias de noticias, la oposición venezolana reunida en la Mesa de la Unidad Democrática dejó claro que espera gestos del gobierno de Nicolás Maduro, como la liberación de opositores presos, para continuar con el diálogo político, los venezolanos nos preguntamos si podemos dialogar con bandidos, con gente tan audazmente delictiva que ha penetrado los más altos niveles de la justicia, con gente que captura líderes opositores para canjearlos por concesiones de la oposición, con cuerpos policiales que actúan en función de detener a candidatos que lucen ganadores y que deben ser “neutralizados”.

Por ello no hay diálogo posible si el gobierno y su figura principal, Nicolás Maduro, no se quitan la careta y dan la cara a la verdad.


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