Andréi Dmítrievich Sájarov (1921-1989) fue un notable científico ruso al que la Unión Soviética debió muchísimo de su desarrollo y poderío nuclear; no fue, empero, como muchos de sus colegas, para los que la ciencia lo era todo, un consentido de las autoridades sino una piedra en el zapato de la nomenklatura, dada su prédica pacifista en favor de los derechos humanos y las libertades ciudadanas.

Por ello, fue víctima de censuras, acosos y confinamiento que no pudieron hacerle retroceder un milímetro en sus posturas. En 1975, le fue concedido el Premio Nobel de la Paz. Y, por eso mismo, en 1988, el Parlamento Europeo distinguió con su nombre el premio a la libertad de conciencia con el que esa corporación honra a personas y organizaciones que, como él, abrazan la causa de los derechos humanos. 

Nelson Mandela fue el primer ganador de la distinción que, entre otros, recibieron Alexander Dubcek , las Madres de la Plaza de Mayo y Reporteros sin Fronteras. Y el pasado jueves, la Conferencia de Presidentes del Parlamento Europeo decidió laurear a la oposición venezolana. La razón: “su compromiso con una democracia acosada por el Gobierno chavista”. En su nombre, los premiados fueron la Asamblea Nacional y su presidente, Julio Borges, y los opositores privados de libertad Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos, Yon Goicoechea, Lorent Saleh, Alfredo Ramos y Andrea González, considerados presos políticos por la Eurocámara.

No se trata de un saludo a la bandera, sino de un espaldarazo a las reivindicaciones demandadas por una mayoría nacional que es víctima de la violencia institucional mediante el desconocimiento y transgresión de la Constitución por parte del Ejecutivo nacional, y de estafa continuada por un poder electoral ducho en administrar fraudes. 

“Supone –según El País–  un potente altavoz para dar resonancia global a situaciones de injusticia”.  Y es que el Parlamento Europeo no se ha andado por las ramas a la hora de calibrar la deriva autoritaria del régimen venezolano y, como pormenoriza el diario español, “desde un primer momento anunció que no reconocería la Asamblea Constituyente, el órgano con el que ha suplantado a la Asamblea Nacional controlada por la oposición”. 

Ante este gesto, que se suma a las sanciones de Bruselas, Estados Unidos y Canadá, así como a las diligencias del Grupo de Lima y las “presiones de la comunidad internacional ante el déficit democrático en Venezuela”, Nicolás Maduro puso el grito en el cielo y acusó a la Eurocámara de premiar al terrorismo. Una reacción tan previsible como el majadero retiro de la diputación izquierdista del recinto donde se decidió la distinción que enardece a los rojos, pese a la crisis de coherencia que afecta a la concertación. 

Ojalá ese premio sirva para recomponer la unidad maltrecha por ambiciones grupales a contracorriente del interés nacional; sí, ojalá se retome el sendero de la sensatez y el entendimiento para hacer frente, por todos los medios, con todas las herramientas y en todos los espacios, aunque no más sean intersticios y rendijas, al proyecto continuista de Maduro. Ah malaya y así sea. Es deuda contraída con Sájarov. 


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