Por ahora, ninguna muchacha hermosa nacida en esta ribera del Arauca vibrador adornará su cabeza con la diadema. Los reflectores se apagarán y las cámaras pasarán al depósito hasta nuevo aviso. “La noche tan linda” se ha llenado de nubarrones, la belleza ha exhibido sus purulencias y los pasos gráciles de las damiselas más bellas del universo, o casi siempre las más bellas, dejarán de moverse después del aprendizaje minucioso al que fueran sometidas por los maestros de modales. Tal vez lleguen, por fin, los tiempos del “Miss Chocozuela” anunciados en las parodias de la añorada Radio Rochela.

En estas horas insólitas resulta paradójico que se reúna de emergencia el gabinete de la belleza nacional para resolver un asunto de resonancia colectiva, pero quizá no exista tal paradoja. La pasarela de las más hermosas ha sido un acontecimiento nacional, fue siempre una parte esencial de la colectividad venezolana.

Por tanto, un tema tan incluyente y atractivo merece el análisis de unos especialistas a quienes corresponde soldar un rompecabezas arduo antes de que se aproxime un apocalipsis. Deben remendar las troneras de un capote de filigranas, para que no nos quedemos sin uno de los espectáculos primordiales de la contemporaneidad.

Pero ¿cuál es la razón de la emergencia? ¿Por qué los aprietos de los árbitros del donaire femenino? Los males de la sociedad han entrado en su dominio. No se trata de verlos como figuras impolutas que han tratado de mantener la pureza de un gran imperio de frivolidad que el país ha celebrado y consentido, sino, más bien, para tratar de ser equilibrados, como porteros que deben evitar una contaminación que los puede convertir en polvo.

No es que hayan sido siempre centinelas de una estética que se debe a sus cualidades propias, pues en su horno también se han cocinado distorsiones y desvaríos, pero ahora se trata de evitar que el mal de las corruptelas los penetre y los borre del mapa. Tienen la obligación de reformar el imperio de la belleza.

La reforma se debe al hecho, según argumentan, de una penetración provocada por el declive social que se ha promovido en las altas esferas de la colectividad. La “revolución” ha querido meter sus colmillos sin contemplación alguna para hacerse de jóvenes sin experiencia. Esa nunca fue la idea original.

Los nuevos ricos, los magnates del socialismo del siglo XXI, ese traidor a las ideas de su padre, Diego Salazar, y monigote de los mercaderes sin límites ni escrúpulos, han buscado y encontrado a ciertas concursantes del Miss Venezuela, y por ello el Miss Venezuela debe buscar la manera de sacárselos del delicado pellejo antes de que se corrompa.

No estamos ante una lucha entre la santidad y la maldad, ante la batalla de la belleza contra  los depredadores, ante la escaramuza de la inocencia frente a los demonios rojos rojitos, sino ante la existencia de un colaboracionismo difícil de maquillar, que importa en la medida en que descubre una nueva muestra del declive generalizado que protagonizamos como sociedad militarizada. 

No está mal, en suma, que se trate de salvar una pasarela que mucho ha importado a los venezolanos, si se asumen con seriedad las responsabilidades del caso.


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