Las campañas electorales son parcela abonada para las ofertas. Desde que se inventaron los procesos de selección de personas para el ejercicio de cargos públicos, los candidatos se dedican a conquistar electores para llegar a la meta que se propusieron. Que ahora, en plena pesca de sufragios para ganar las gobernaciones, los nominados se afanen en ofrecer y proponer es asunto corriente.

De eso se trata, precisamente, porque de lo contrario no tienen vida. Sin embargo, las propuestas, las flirteos y los coqueteos tienen un límite, que no se debe traspasar sin promover situaciones de escepticismo a través de las cuales se observa la degradación de las campañas electorales.

Es el caso de la conducta de los candidatos del oficialismo ante la empinada cuesta que deben superar para no ser borrados del mapa. Sacan del bolsillo cualquier tipo de anzuelos. Ofrecen el oro y el moro para no quedarse en la soledad, para no quedar mal parados en los escrutinios. Su chistera es generosa cuando descubre conejos y embelecos para conquistar unos votos cada vez más escurridizos. Construyen un paraíso de patrañas, que quieren transformar en fortaleza contra la realidad que los apabulla. La manipulación pudiera tener sentido si el entorno que visitan no los traicionara de manera inclemente.

La administración pública está quebrada, pero ellos aseguran que la botija está llena y que de su fondo saldrán los recursos para infraestructuras colosales. Cerca de los lugares en los cuales levantan sus tarimas se observan los restos de edificaciones sin terminar, los testimonios de una desidia que va a cumplir dos décadas, las evidencias del dolo debido al cual los paisajes circundantes se caracterizan por el abandono generalizado. Sin embargo, los heraldos rojos rojitos se niegan a ocultar la depredación que reina en el país y que es responsabilidad absoluta de sus compañeros de régimen y de ellos mismos.

Así la mentira se convierte en insulto. Así la oferta se vuelve timo gigantesco. Así la palabra pierde su valor del todo para convertirse en falsificación indiscutible. Así nos toman por incautos y por idiotas, no en balde piensan que bastan los patrañas y los gritos para que los electores se vuelvan ciegos y saquen de su ceguera las ganas de votar, para que ignoren la existencia del infierno y se animen a regocijarse en la ardiente paila que les queda más abajo y que será más benigna que las anteriores. Es una paila hermosa, en ella cabe más gente y los demonios serán hospitalarios, hasta puede tener aire acondicionado, sugieren las arengas de los candidatos gobierneros, esperando que se abarrote de incautos.

Por lo tanto, los candidatos oficialistas para las elecciones regionales están ante el desafío de ser descubiertos desde las primeras palabras de sus mítines como los mayores embaucadores de la historia nacional, como los embusteros por excelencia de las justas electorales que han sucedido desde el inicio de la república.

Todo lo que desembuchan es falso. La dictadura incompetente y depredadora que representan los condena a mentir de micrófono a micrófono, de auditorio a auditorio, y, seguramente, a quedarse con las ganas de controlar un mapa habitado por ciudadanos que no son cogidos a lazo.


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