Los llamados para que el régimen de Nicolás Maduro permita la llegada de ayuda desde el exterior no han recibido la menor consideración por parte del oficialismo. Los jefes militares se han mostrado reacios a dar el permiso para que millones de ciudadanos puedan ser atendidos de forma humanitaria.

Desde los primeros meses de gobierno chavista se pudo observar cuál iba a ser esta conducta reprochable en cuestiones de ayuda exterior en los casos de catástrofes naturales o de situaciones de crisis sanitaria. Basta con recordar la tragedia de Vargas y las ruinas que todavía persisten en la zona gracias a la prohibición, que llegó desde La Habana, de impedir cualquier ayuda que proviniera de Estados Unidos.

La única autoridad con peso suficiente para ordenarle una directriz tan cruel y dolorosa a Hugo Chávez era nada menos que Fidel Castro, al punto de que el propio ministro de la Defensa para la época no le quedó otra alternativa que retirar el permiso para que los equipos de ayuda norteamericana acudieran al sitio del deslave y redujeran los niveles de abandono, la falta de agua y alimentos y, desde luego, el sufrimiento de mujeres y niños venezolanos.  

Esta política de privilegiar el criterio miserable de Fidel Castro sobre las necesidades urgentes de las víctimas de la tragedia del deslave en el litoral central marcó un hito que hoy se sigue aplicando con una crueldad más propia de los fanáticos yihadistas que de la siempre solidaria y abierta actitud de los venezolanos. De manera que los cubanos castristas y sus criterios miserables siguen vigentes en Venezuela, a pesar de que la historia los ha derrotado sin posibilidad de resurrección.

Los venezolanos no somos mezquinos ni crueles, mucho menos fanáticos y chulos de otros países. Que alguien en Venezuela quiera cambiar nuestra forma generosa de comportarnos ante nuestros hermanos latinoamericanos no es sino otra prueba más de la insuficiencia moral de la Revolución cubana.

Hoy los venezolanos, por culpa de un chavismo y un madurismo mediocre, estamos pasando hambre, se nos conduce a la muerte por falta de medicinas y alimentos y se nos encamina al subdesarrollo de nuestros niños, al sufrimiento de las madres que amamantan y de los ancianos pobres obligados a la mendicidad.

Recuerden los venezolanos que cuando la Unión Soviética se desplomó y los cubanos tenían hambre (y la siguen teniendo) Carlos Andrés Pérez les envió cargamentos de pollos y demás alimentos que, tratándose de Fidel Castro, jamás fueron cancelados. No nos importó porque sabíamos que en Cuba se estaban muriendo de hambre. Acuérdate Adán Chávez.

Lo grave no solo es el dogma del impedimento cubano de la ayuda humanitaria sino el saber que todo ello es una cruel estrategia ya practicada por los rusos hace muchas décadas atrás.

Esto incluye un cerco en la posesión de dinero en forma de billetes, de las infinitas alcabalas para llegar a obtener un pasaporte, del control para adquirir alimentos mediante libretas de racionamiento (carnet de la patria en Venezuela) y de inscripción en los centros de estudios universitarios y de la posibilidad de obtener un cargo en la burocracia del Estado.


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