Sabemos que, desde su aparición, la asamblea nacional constituyente ha actuado como esclava del Ejecutivo y como vocero de los intereses del PSUV. Ha sido así desde su forzado parto, pero la designación de Delcy Rodríguez como vicepresidente de la República sin haber cesado sus funciones en la cabeza de un cuerpo supuestamente deliberante y autónomo, confirma la existencia de un solo bloque de dominación en el cual desaparece del todo la noción sobre la existencia de frenos y contrapesos que sustenta a las repúblicas modernas y democráticas.

Ya en su momento despertó sospechas justificadas la propuesta de reformar la Constitución prohijada por Chávez y aclamada por la propaganda gubernamental. ¿No era el gran manual de una vigorosa soberanía nacional que jamás se había expresado? ¿No era el librito azul más manoseado y bendecido por los venezolanos? ¿No era “la mejor Constitución del mundo”? ¿No era “la bicha” amada del comandante y aclamada por los pueblos?

Ponerse a remendarla era un despropósito, por consiguiente, porque significaba negar una aclamación anterior que ya formaba parte de la rutina, pero se cambió el entusiasmo del pasado reciente por la búsqueda de una hegemonía que no podía fundamentarse en el texto constitucional, pero que debía salir de un engendro cocinado en palacio: la asamblea nacional constituyente.

Después, las  elecciones para la creación de la estrambótica institución colmaron el vaso. Selección hecha en casa por y con los miembros de la casa sacados de una manga doméstica que inventó las reglas del juego para lograr una “representatividad” pergeñada a la medida de los intereses del régimen, culminó en la formación del apéndice servil que hoy conocemos. Todo partió de la idea de oponer un poder disimulado en las apariencias al poder legítimo de la Asamblea Nacional, que había nacido de la soberanía nacional cabalmente expresada, y en esas estamos.

¿Se está reformando la Constitución en las sesiones de la constituyente? Nadie ha advertido nada sobre el particular. ¿Hay discusiones en tal sentido o en otro relacionado con el bien común en el seno de la constituyente? Nadie las ha escuchado. ¿Hay voceros disidentes y creativos en las mudas curules? Brillan por su ausencia. ¿Estamos ante un Parlamento digno de tal nombre? Ni siquiera en los tiempos de Gómez se pasó la vergüenza de una institución tan domesticada y anodina. Pero, por si faltaba una evidencia en relación con el papel de absoluta dependencia o de franca manumisión del cuerpo a los dictados de Nicolás Maduro, su actual presidente pasa a ocupar el cargo de vicepresidente de la República.

La constituyente  todavía no ha cubierto la vacante que la diligente funcionaria deja en el Capitolio. Las cosas continúan  como antes, es decir, los diputados rojos rojitos siguen a la espera de instrucciones sobre el nuevo comando, sin prisas ni nerviosismos, como si todo marchara dentro del parlamentario cauce de la normalidad.

Pero, la verdad sea dicha, quizá no haga falta el trámite. Si ya sabemos cómo se bate el cobre en la nueva casa de las leyes, y aún si se cumple mientras circula nuestro editorial, no resulta sorprendente que la ciudadana haga los dos oficios sin sonrojo.


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