Todos sabemos que la asamblea nacional constituyente fue una fábrica del régimen, acorralado por la falta de respaldo popular. Pese a que la Asamblea Nacional dominada por la oposición no pasaba por su mejor momento, Maduro y sus secuaces carecían de herramientas a través de las cuales pudieran verse ante la ciudadanía, pero también ante las miradas extranjeras que oteaban con insistencia el panorama doméstico, con soportes que le lavaran la cara. Era tal el descrédito del régimen que no les pasó por la cabeza mejor idea que proponer una reforma de la Constitución para la cual se precisaba una institución que lo hiciera.

La iniciativa de reforma constitucional fue realmente peregrina, algo completamente divorciado del programa de la “revolución” que la había proclamado como la mejor del mundo. De acuerdo con la retórica de Chávez y de su maquinaria de propaganda, la Constitución de la República Bolivariana era una especie de modelo universal por la justicia que imponía, por la atención de las clases desposeídas  y por la sabiduría de la cual manaba. Jamás había salido de los congresos un texto tan brillante, algo imperecedero de veras, decían el comandante y sus áulicos, ¿por qué reformarla, entonces? ¿Por qué ponerle parches a una obra magna? Estamos ante la primera evidencia de cómo Maduro buscó una excusa sin fundamento para convocar una constituyente cuyo anuncio significaba la proclamación del documento estelar de la “revolución”.

Pero no bastó con el despropósito de encontrarle troneras a un código tan cacareado y alabado. La profundización del plan condujo a una elección fraudulenta de los miembros del cuerpo de legisladores que se ocuparían del trabajo, hecha en lapsos convenidos por el interés del Ejecutivo, manipulada con harta ventaja por la oficina electoral  y sujeta a restricciones del sufragio universal que solo permitirían la selección de políticos dependientes del régimen por sus relaciones de clientela, compadrazgo, algún tipo de pensamiento y fidelidad a toda prueba. Así nace el cuerpo de “padres conscriptos” al cual ahora se aferra el usurpador para liquidar a sus adversarios.

Del paisaje visitado a vuelo de pájaro se desprende la ilegitimidad del cuerpo que ataca a los diputados de la Asamblea Nacional electa por el pueblo y que pretende inhabilitar a Juan Guaidó, quien no solo ejerce la presidencia del cuerpo legal de diputados por mandato de la soberanía popular, sino también, provenientes de la misma fuente, las funciones de presidente encargado de la república. La constituyente es la casa del PSUV, es decir, un domicilio banderizo cuyo objeto es la liquidación de las fuerzas de oposición. Es la muleta en la cual pretende sostenerse el usurpador, porque no tiene otra que no sea la violencia. Es el resultado de la fragua de un parapeto sin sustento en las regulaciones vigentes, mucho menos en el interés del pueblo que le dio con la puerta en las narices cuando lo invitaron a que se ensuciara en un  tráfico de sufragios amañados. Conviene recordar estos hechos, para que no dudemos en apoyar a quienes atacan los constituyentes, en especial al presidente Juan Guaidó.


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