El ministro de la Defensa, general Vladimir Padrino López, ha hecho afirmaciones fundamentales sobre la conducta de la Guardia Nacional Bolivariana en la represión de las manifestaciones populares. En un discurso pronunciado el martes 8 de junio en Fuerte Tiuna, dirigido a un auditorio formado por diversos componentes del mando militar, manifestó su aparente molestia por las atrocidades llevadas a cabo por muchos de sus subalternos cuando enfrentan las convocatorias públicas de la sociedad civil.

Dijo el ministro: “Los funcionarios que no tengan un comportamiento que responda a sus principios, deberán responder por sus actos”. La afirmación le abre amplio campo a la duda, porque los esbirros pueden sentir que sus principios no son otros que el vejamen de la ciudadanía; mas el hecho de que sugiera la necesidad de una consonancia entre el control de las multitudes y el respeto de los valores establecidos por la legalidad y por la convivencia civilizada es un paso tardío, pero hasta cierto punto sorprendente.

Sin embargo, la  duda parece disiparse cuando repasamos otra de las aseveraciones que soltó el ministro en Fuerte Tiuna. Llegó a decir lo siguiente: “Los funcionarios deben comportarse como profesionales y respetar los derechos humanos”. Hace la advertencia porque, desde luego, está enterado de los pavorosos excesos de la GNB y porque considera que deben cesar de inmediato. Estamos ante una confesión elocuente, ante el reconocimiento público y notorio de un jefe sobre la maldad de sus subalternos, sobre la sevicia de sus procedimientos y sobre la urgencia de evitar su continuación.

Algo está mal en el seno de la FANB, de acuerdo con las palabras del ministro, pero realmente mal. Los delitos y los abusos de la Guardia Nacional Bolivariana ya claman al cielo, según se desprende de lo que se atrevió a asegurar claramente sin impedir que sus palabras salieran en la pantalla de VTV sin ningún tipo de censura. A nadie puede escapar la peligrosa trascendencia de lo dicho por el ministro.

Es una demostración palmaria de que es consciente de los peligros que corren tanto él como sus subordinados en los próximos meses. No en balde la hace frente a muchos de los oficiales responsables de la represión, pero a la vez se convierten en lo inmediato en un compromiso público con la ciudadanía asesinada y escarnecida por la represión militar.

Es evidente que el ministro Padrino López considera como algo urgente distanciarse de las aberraciones que formaron la parte medular de su intervención, lo cual hace pensar que su objetivo principal es que quede claro que no es aficionado a los baños de sangre. Pero si quiere alcanzar ese objetivo debe ir más allá de una simple declaración y demostrar palpablemente en los hechos su compromiso con acciones y no con simples palabras.

De todas maneras, estas confesiones inhabituales han debido causar revuelo en Miraflores, así como en los cuarteles y especialmente en el general Reverol. Por lo tanto, es conveniente ponerlas en remojo mientras observamos cómo se porta la GNB después de la admonición. Ahora no solo siguen en juego los derechos atropellados de la ciudadanía, sino también la autoridad del arrepentido orador.


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