Coincido con quienes sostienen que la destrucción de Venezuela sobrepasa los límites de lo que vemos. La destrucción no solo alcanza las calles, carreteras y autopistas; no solo los edificios propiedad del Estado; no solo las instalaciones de plazas y parques; no solo los museos y espacios para las prácticas deportivas; no solo las empresas y centros productivos, que el gobierno expropió y condujo a la ruina en tiempo récord. La destrucción, la más siniestra y difícil de medir, se refiere a la que se ha abalanzado sobre los bienes intangibles de la República.

Se ha liquidado el vínculo que existía entre trabajo y salario: en una economía sometida a los parámetros de la hiperinflación, ningún pago recompensa los esfuerzos ni les sirve a los trabajadores para resolver las necesidades más básicas de sus vidas. Se ha arrasado con las opciones reales y con la idea de que en Venezuela es posible un futuro mejor, con la cada vez más evidente intención de que los jóvenes, especialmente aquellos que están mejor formados, se marchen del país. Se ha desvirtuado la finalidad de las empresas públicas, a este punto: el chavismo-madurismo ha acabado con Petróleos de Venezuela, convertida hoy en día en un núcleo de la corrupción, improductiva, politizada, incompetente, plagada de vicios y ejemplo mundial de la desvergüenza.

Se han desarrollado tres vastas operaciones, que enunciaré a continuación, y que el lector puede documentar por sí mismo. La primera: se ha pervertido el valor que tienen la Constitución y las leyes. Se las ha violado hasta extremos insólitos. Se ha creado ese artefacto ilegítimo, ilegal y fraudulento que es la asamblea nacional constituyente, se ha fabricado un TSJ que contraviene los procedimientos establecidos en la ley, se han convertido los poderes públicos, de forma notoria el CNE, en comisarías políticas del régimen, cuya tarea principal consiste en eliminar, uno a uno, los derechos de la sociedad venezolana.

La segunda: se ha propagado una conducta que opera bajo un doble paradigma mental: todo puede ser robado, todo bien público puede convertirse en patrimonio de unos pocos, y lo más gravoso es que esos delitos están rodeados de impunidad. Las instituciones que hubiesen podido reaccionar en contra de la corrupción y de la destrucción de las instituciones están bajo la influencia y el control de los delincuentes.

La tercera, que tiene especial relevancia en la coyuntura de hoy: la propagación de la idea de que el poder es invencible, que Venezuela se mantendrá, durante los próximos años, bajo el control de un régimen en manos de bandas de delincuentes, algunas de ellas armadas, que se pasean por las calles para exhibir su poder de fuego. La campaña de la desesperanza es activa y se alienta a través de los más diversos recursos, lo que incluye una actitud de desánimo en algunos demócratas.

Sin embargo, frente a todo esto hay una sociedad que resiste, protesta e insiste en la lucha por el cambio de régimen. En los últimos meses, aunque sea algo difícil de aceptar, el poder se ha debilitado. Su ruina económica es creciente, el silencio de los que eran sus aliados, indiscutible. La disidencia interna es cada día más grande. Hay ministros, viceministros y altos cargos del Poder Ejecutivo buscando el modo de huir de Venezuela. Hay alcaldes y gobernadores del PSUV que han sacado a sus familias del país y han vendido sus propiedades. Cada día hay más funcionarios que viven en casas de familiares o en hoteles, esperando el momento para cruzar la frontera.

Dentro y fuera de Venezuela, a medida que crece la convicción de que el régimen está en sus últimos días, se intensifica el análisis y los debates sobre esta cuestión fundamental: con qué recursos cuentan los demócratas para recuperar a Venezuela, con qué recursos se cuenta para dar inicio a una nueva etapa venezolana.

En primer lugar, debo mencionar a los trabajadores, de distinta especialidad que se han mantenido en el país, y a los que están listos para volver, ciudadanos del trabajo y los esfuerzos, cuyo compromiso con la nación se ha incrementado en medio de las dificultades. Están también los empresarios, los que han logrado mantenerse y los que aguardan el momento de reiniciar a sus actividades, que serán factor vital para la reactivación económica.

Fuera de Venezuela hay gobiernos y cadenas de ONG que tienen todo a punto para iniciar el suministro de ayuda humanitaria, por la que claman millones de familias en todo el territorio. Los organismos multilaterales, donde se sigue a diario la situación venezolana, ya han calculado los fondos que serían vitales para la primera fase de reconstrucción del país. Conozco de primera mano iniciativas de expertos en derecho, economía, políticas públicas, educación, salud, alimentación, seguridad y cultura que cuentan con los diagnósticos y los planes de trabajo para poner en marcha en un tiempo inminente. Otra fuente de recursos profesionales que está a la espera para ofrecer sus talentos y contribuciones aguarda en las universidades del país.

En las últimas semanas, en España, Argentina, Chile, Estados Unidos, Perú, Colombia, Panamá, Estados Unidos y en otros países, se han producido, en distintos formatos y ocasiones, elogios y reconocimientos al talento profesional venezolano, a la disposición al emprendimiento que muestran quienes han emigrado, a la rapidez y eficacia con que aprenden y se desenvuelven en mercados laborales distintos al venezolano. Saber que una parte considerable de esa fuerza humana y trabajadora vive con las maletas preparadas para regresar es un anuncio reconfortante que nos dice que contamos con los factores imprescindibles para dar inicio a una nueva etapa en Venezuela.

Están dadas las condiciones. Hay consenso de todos los actores. Los planetas están alineados. El cambio es inminente.


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