La explosión del caso Citgo es proverbial. El régimen maneja el suceso como prueba del interés que ha puesto en la lucha contra la corrupción enseñoreada en las altas esferas, pero en realidad descubre la gigantesca estatura de la depredación orquestada desde la cúpula del oficialismo y fomentada por ella.

Citgo, como se sabe, es la principal filial de Pdvsa establecida en Estados Unidos. Se trata, por consiguiente, de una corporación pública de alto nivel que deben manejar especialistas calificados y funcionarios distinguidos por la probidad. Es lo menos que se espera de una empresa que no es un tarantín y hace negocios en las grandes ligas. Es la avanzada nacional ante el primer mundo, para que quede claro.

El régimen anuncia ahora con bombos y platillos que ha ordenado la captura del presidente de Citgo y de cinco vicepresidentes, como si se tratara de una heroica hazaña. Los ha pillado en vagabunderías gigantescas, dice la autoridad, y los someterá a la justicia. Ha metido la lupa en las altas esferas, y ha topado con lunares que va a extirpar sin contemplación. La decisión puede sugerir que, por fin, la dictadura va a meter en cintura a los corruptos, pero si miramos el asunto con calma surgen dudas razonables.

No estamos ante una pandilla de maleantes que son pescados en fechorías ordinarias, sino ante la plana mayor de una de las extremidades fundamentales de la industria petrolera. Ellos, figuras primordiales de una empresa primordial, se coligan para delinquir. Ellos, gerentes de alcurnia y sujetos atildados de todo atildamiento, son pillados con las manos en la masa. Ellos que iban y venían de palacio en palacio y de embajada en embajada, o trataban con lo más elevado de la burocracia nacional  y con poderosos negociantes del universo mundo, son considerados como merecedores de oportuno castigo.

¿Oportuno castigo? No era trabajo arduo descubrirlos en sus andadas, debido a que estaban expuestos a la mirada de sus superiores y al escrutinio de la opinión pública. Por consiguiente, tarde piaron los pajaritos convertidos en sabuesos que ahora los persiguen con las esposas en la mano. Parece muy perezosa la conducta de los justicieros, frente a unos maleantes que se codeaban con la mejor sociedad y pululaban en los salones encumbrados del chavismo con toda la parsimonia del mundo. Una tardanza muy sospechosa.

Pero hay otras preguntas de interés: ¿quién fue el genio que los escogió para que dirigieran Citgo?, ¿cuál fue el ojo certero que los juntó para que se lucieran como se lucieron a sus anchas durante varios años?, ¿no fue un “acierto” que merece reflexión, antes de dedicarle todo el plomo a los que ahora persigue con ahínco la justicia “bolivariana”? ¿No la pegó el escogedor de todas todas, sin pelarse en ninguna, como si los hubiera seleccionado sabiendo de antemano su vocación por las malas mañas? Meterlos a todos en el mismo saco sin alternativa de equivocación es un verdadero portento. Llenar un saco solamente con frutas podridas es una operación que merece análisis.

El hecho de que el nuevo presidente de Citgo sea miembro de la sagrada familia le pone guinda al brebaje, es decir, abona el terreno de las suspicacias y la parcela de los malos pensamientos. Estamos ante un caso de “corrupción sabotaje y espionaje”, aseguró el ministro Jorge Rodríguez, pero la seriedad del caso no se compadece con la curiosa manera de manejarlo.


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