Después de un lapso de relativa opacidad, la ciudadanía ha vuelto a considerar la AN como pilar fundamental para recobrar las libertades y la legalidad conculcadas por la usurpación de Nicolás Maduro. La sociedad ha fijado de nuevo sus ojos en los representantes de la soberanía popular, ante la fundada esperanza de que puedan liderar un cambio significativo y próximo de la postración venezolana.

Cuando las fuerzas de oposición arrasaron en las elecciones parlamentarias, la AN no cumplió las expectativas provocadas por el triunfo arrollador contra el régimen. Una cautela sin relación con el respaldo popular, que permitió atropellos impunes del Ejecutivo con la connivencia del TSJ, comenzó a apagar la luz del faro que deslumbraba al principio. La gestión de su primera directiva fue más relumbrón que ejecutoria concreta, más bravata que trabajo consistente, para que bajaran las aguas del poderoso caudal que la había acompañado en todos los rincones del país. Una segunda directiva fue más aplomada y poco dada a los adornos para la galería, pero la dominaron los titubeos y los silencios. De la tercera solo queda la sensación de una medianía incapaz de levantar el vuelo hacia metas de interés colectivo, de un desinterés por ocupar el papel de protagonista que las masas desamparadas y airadas reclamaban.

Hoy, debido a la solicitud de las circunstancias, al llamado de una sociedad que no puede esperar salvaciones posteriores, al zarpazo del continuismo ilegal de Maduro y a la profundización de la crisis económica, la nueva directiva de la AN ha asumido las responsabilidades obviadas o cumplidas a medias hasta la fecha. Pero lo ha hecho de una forma tan decidida, tan convincente y llena de coraje que en cuestión de una quincena ha conseguido que la institución que dirige vuelva a ser una esperanza fundamentada, una ilusión con plataforma sólida para quienes esperamos la vuelta de la libertad y de la democracia desterradas por la dictadura.

El simple hecho de salir a la calle en sentido institucional, que traduce un cambio palmario de conducta en relación con el pasado reciente, pone de manifiesto la existencia de un viraje capaz de cosechar frutos sin pensar en plazos prolongados. El vínculo con los votantes, restablecido a través de la realización de cabildos abiertos y de declaraciones en los medios, cada vez más aplaudidas por la colectividad, abre un capítulo prometedor que parecía negado por los tumbos de las dirigencias antecedentes. El presidente Guaidó, convertido en imán por su actividad incansable en la calle, pero especialmente por presentarse como vocero de todos los partidos y de todas las tendencias de oposición representadas en la AN, ya es, sin posibilidad de duda, la primera referencia política en las escalas nacional e internacional.

En una primera aproximación a los logros de la nueva etapa parlamentaria debe agregarse el tono distinto de las voces que se elevan desde las curules, cada vez más consistente si se compara con el de la víspera; pero, en especial, el contenido de los acuerdos que han salido de sus debates. Documentos como los aprobados sobre la usurpación perpetrada por Maduro y sobre el anuncio de una amnistía por razones políticas, demuestran una madurez y una reflexión previa que los convierten en vehículos imprescindibles en el sendero de una anhelada transición.

De todo lo cual se deduce, sin caer en arrebatos exagerados, la reaparición de un liderazgo que no estaba en el programa y de cuyas obras se pueden esperar resultados asequibles. Si no lo dejamos solo, por supuesto, si lo acompañamos para que no decaiga.


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