El triunfo de Iván Duque en Colombia con la votación más alta de la historia electoral de ese país no solo inquieta a las sanguinarias narcoguerrillas de las FARC (apoyadas vergonzosamente por Venezuela), sino que acentúa la estrepitosa caída de una de las propuestas políticas más corruptas de este continente como lo es el socialismo del siglo XXI.

A la sombra de este parapeto cívico militar, que en un principio se disfrazó de regenerador ético de la democracia y justo reivindicador de las aspiraciones populares, se fue construyendo una alianza que, como una indetenible epidemia, se extendió por América Latina e infectó a los proyectos políticos que estaban surgiendo por doquier en función de redefinir los fundamentos sociales y económicos que se habían debilitado por el persistente incumplimiento de las promesas de los políticos.

Que fueran aquellos movimientos más radicales los que camuflados con la vestimenta de activistas democráticos impusieran no solo la vía sino la velocidad de los cambios resultó una sorpresa para muchos analistas.

La sorpresa de que al amparo de la democracia venezolana, con todas sus fallas y defectos, anidara el huevo de la serpiente en la propia sede en la cual se formaban los nuevos oficiales de nuestras fuerzas armadas dejó aturdido a más de uno. Pero el envenenamiento avanzaba desde tiempo atrás, cobijado por el oportunismo y las ambiciones de los civiles y militares ansiosos de poder.

Como ocurrió en tantos momentos y sucesos de nuestra historia, la miseria política se unió a la miseria social y desde luego a la miseria ética y moral. Muchos de quienes participaron en el proyecto de regeneración democrática lo hicieron con la vista puesta en una necesidad que era urgente, es decir, el modelo agotado tenía y debía ser intervenido con la colaboración de sangre joven y la aparición de nuevas y vigorosas ideas capaces de asumir la inmensa tarea de construir las bases de un nuevo proyecto social.

Ni qué decir que ya Carlos Andrés Pérez había intentado tecnocratizar su gobierno e infundirle, si ello era posible, un sólido perfil a su gabinete para intentar la aventura de cambiar el gastado vicio de poblar con líderes de su partido una gestión política y económica que no podía ser ni vieja ni antigua, sino audaz y plena de conocimientos de alta factura.

Podemos resumir los dos problemas fundamentales que se opusieron a sus aspiraciones. El primero de ellos fue su propio partido poblado de enemigos encubiertos que suministraban informaciones valiosas para la oposición, y el otro estaba sembrado en el nido del huevo de la serpiente, la “escuela de los sueños azules”, cuyos alumnos cada año procedían en mayor cuantía de la escala más baja de la empobrecida y abandonada clase media del interior del país.

Allí nació el resentimiento social que hoy padecemos, la necesidad de enriquecerse a toda costa, de cambiar la Constitución para abrogarse derechos que solo existían en una envenenada ambición que en nada tenía que ver con el pueblo. Todo esto lo decimos porque, habiendo ganado Iván Duque en Colombia, la más rancia oligarquía le amargará la vida y la izquierda terrorista y narcotraficante lo crucificará sin piedad alguna.


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