Qué diferencia tan grande la que los venezolanos partidarios de la democracia ven hoy en la Organización de Estados Americanos presidida por Luis Almagro y aquella, tristemente célebre, en manos de José Miguel Insulza, quien fue insultado casi a diario por Hugo Chávez, militar y para más, golpista inexperto. De más está decir que aquí en Venezuela sentíamos una gran vergüenza por lo que estaba sucediendo con el veterano diplomático chileno que, por más errores que estuviera cometiendo en su gestión en la OEA, no se merecía el maltrato de parte de ningún presidente de este continente.

En el fondo, lo que estaba sucediendo no era ni más ni menos que los preliminares de una gran batalla cuyo objetivo era reintegrar a Cuba al seno de la OEA. Desde luego que Fidel Castro no quería estar en el foro hemisférico (y bien que lo ocultó hasta lograr su objetivo) sino quebrarle el espinazo a una organización que había cometido la osadía de faltarle el respeto y exponerlo al desprecio de la opinión mundial. No era poca cosa lo que exigía el barbudo.

La llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela no pudo ser más que propicia para los planes de Fidel. Cuba, los países centroamericanos y la cadena de islas del Caribe tenían en común una debilidad fundamental para sus economías: la falta de petróleo. Y si un proveedor confiable, cercano y manirroto estaba dispuesto a entrar en el juego, pues la mesa estaba servida. Faltaba cursar las invitaciones y mostrar las cartas.

Así fueron siendo colonizadas pequeñas naciones insulares y de tierra firme con el propósito de que se integraran a la nueva organización ideada para actuar en bloque a la hora de decidir en las instancias internacionales. La vieja táctica del amarre de votos tan común a los viejos caudillos latinoamericanos, pero esta vez con una maquinaria aceitada con petróleo.

Mientras se hablaba de soberanía, imperialismo y derecha recalcitrante, Cuba encadenaba a su nueva servidumbre a su política exterior y, en primer lugar, a la OEA. Humillada esta última y aprobado el reingreso de Cuba, satisfecho su ego, entonces Fidel Castro dio la orden de rechazar lo aprobado por los tontos útiles y les dio la espalda. Adiós pues y no te he visto.

Pero ese desprecio le ha salido ahora muy caro a Cuba. Ya no tiene petróleo, Chávez está en alguna galaxia socialista, Fidel igual y Lula (ese gran agente de negocios de la burguesía brasileña) está lloroso en una cárcel.

Luis Almagro, ex canciller de Uruguay (donde Pepe Mujica, ese disfrazado de pobre, sigue fabricando frases más o menos graciosas según se le vea) ha revivido la OEA y la ha convertido en el más importante centro de discusión sobre los problemas democráticos de América Latina, en medio de una gran tormenta de ideas, adelantadas con la ley en la mano y no con petróleo a bajos precios, ni con chantajes políticos dirigidos desde Cuba.

El sorpresivo éxito en los medios de comunicación y en las redes sociales del canciller chileno Roberto Ampuero por su lúcida y apasionada defensa de la democracia, formulada públicamente en la OEA, le está diciendo a la vieja y chapucera dirigencia política socialista que vienen otros tiempos.   


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