En el municipio Chacao, donde los vecinos se han organizado para impedir que un paracaidista rojo aterrice en su alcaldía y parecen dispuestos a respaldar con el sufragio la gestión de Gustavo Duque, se está viviendo lo que este funcionario encargado ha calificado de “tragedia social” y no es otra cosa que el diario hurgar en la basura por parte no de indigentes, como los que atiende el Programa Techo –asistencia social y sanitaria–, sino de familias enteras que llegan de Guarenas, Guatire, Valles del Tuy y otras poblaciones mirandinas a las urbanizaciones de la zona en procura de alimentos para su subsistencia y de ropa, enseres y otros objetos desechados que puedan vender como mercancía de segunda mano.

Ese desolador cuadro no es exclusivo de Chacao. Ni siquiera de la capital. Es un deplorable, si no atroz, ejercicio de supervivencia que se practica a diario y desde tempranas horas en todas las ciudades y pueblos del país. Y ya no provoca indignación o asombro como lo hizo, por ejemplo, el cortometraje Ojo de agua realizado por Óscar Molinari en 1972, alabado por la crítica y, como suele suceder, más apreciado fuera del país que dentro de él –fue premiado en los festivales cinematográficos de Cádiz y Nueva York–.

Para aquel entonces nadie podía o quería creer que en “la Gran Venezuela” hubiese gente malviviendo en un vertedero y que niños en la inopia se alegraran por la llegada de “basura nueva” en la que sabe Dios qué hallazgos habrían de maravillarlos.

Que la alcaldía haga suya las tribulaciones de visitantes no deseados por los residentes de lo que se ha considerado “una tacita de plata a los pies del Ávila”, buscando “desperdicios de calidad”, sugiere que al frente de ese despacho hay un funcionario con vocación de servicio; ello constituye, por así decirlo, el lado bueno de la irregular situación administrativa generada por la inhabilitación y persecución de Ramón Muchacho.

Que el encargado de suplir su ausencia se engolosine con las mieles del poder municipal –poder limitado, pero poder al fin– nada tendría de extraño; sin embargo –y este es el lado malo–, que haya manifestado su intención de avasallarse a un espurio y cubanoide concilio tumultuario (ANC) digitado por Maduro para redactar una carta magna de la cual no ha redactado siquiera un artículo a casi medio año de su empoderamiento, revela que le interesa (¿u obsesiona?) ocupar, a costa de lo que sea, un cargo que algunas ventajas tendrá. ¿Le interesará realmente atender y resolver los problemas de la comunidad?

Entendemos que los vecinos se rebelen contra la idea de ceder sin luchar sus órganos de gobierno local. Lo que no entendemos es que el candidato llamado a ocupar el puesto representando a la oposición se pliegue a priori a los deseos de Maduro y su camarilla, los interprete como órdenes y los obedezca con perruna sumisión.

De modo que, puestos en la balanza de los pros y contras, el fiel se inclina hacia el platillo correspondiente a los reparos. Esto es lo pésimo del asunto.


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