Es esta una semana de principio y final. Comienza un encuentro continental de naciones democráticas –salvo Cuba, caballo de Troya a cuyo cargo correrá compartir con un Morales servicial y un Ortega remolón las quejas del señor Maduro– y, en simétrico término, quedan atrás evocaciones tristes o alegres, articuladas en torno a lo que pudo ser el colofón de  la extraordinaria jornada  del 11 de abril de 2002: la chapucera (indi)gestión de Carmona, el deplorable decreto de autor aún desconocido mediante el cual se derogó la Constitución para que entrara en vigencia la que el pusilánime mandón en fuga, momificado en la memoria roja, en sentido contrario a su desempeño, como eterno y galáctico héroe de una gesta que no pasó de escaramuza, y sus hagiógrafos celebran cual la epopeya emancipadora y por último y no menos importante, el rescate de Chávez y la restauración del hilo constitucional debidos a la providencial aparición de su compadre, Raúl Baduel, quien ahora rumia su arrepentimiento en una de las infames ergástulas en las que la revolución confina a sus hijos.

A este memorial de agravios y gratificaciones ha de haberse aferrado el aspirante a perpetuarse en la Presidencia, a fin de mitigar la congoja de que es presa fácil desde que le hicieron el fo y la seña del mudo y le dijeron ¡no te vistas que a Lima no vas!

Con los crespos hechos, se resignó a presenciar vía televisión la ceremonia de apertura de la VIII Cumbre de las Américas, evento ignorado por los medios oficialistas, haciéndose eco del hipócrita no-me-quita-el sueño, que dejó caer Maduro como si nunca hubiese asegurado, altanero y petulante, que desafiaría a los dioses del trueno, la lluvia y el relámpago, para, por aire, tierra o mar, analgatizar en el asiento que, según su egocéntrica apreciación, corresponde a él y no a la nación.

Quizá se pasee por los jardines de Miraflores –porque a los de la Casona, por lo que se sabe, no parece tener acceso–, o de Fuerte Tiuna cuando allí acude a rendir cuentas y coger swing, buscando entre los arbustos ahora en flor que un ingrávido mariposón o un pajarillo preñado se posen sobre uno de su hombros y, recuperando sus habilidades de médium, desahogar en el avatar del paráclito barinés las tribulaciones que le acogotan y limitan el arranque de lo que estimó campaña admirable y, por los vientos que soplan, no será más que subasta proselitista a punta de bonos y lavagallos sin mondongo, ¡clap, clap, clap!, que aplaude Freddy Bernal.

Para su consuelo queda la ausencia de Donald Trump, a quien en sus delirios Nicolás imaginaba blanco de dardos similares a los que disparó el inolvidable galáctico, en 2006, contra George Bush en la Asamblea General de la ONU.  No olerá a azufre en la ciudad virreinal, pero un nauseabundo hedor a descomposición flotará en el ambiente. Y es que, a pesar de la ausencia del usurpador, Venezuela será tema dominante en la sesión. Y se sabe que hay aquí algo podrido, como en la Dinamarca de Hamlet.


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