Nadie del exterior nos va a sacar del atolladero. Estamos frente a un problema nacional, cuya solución depende de factores domésticos. En principio soltamos una verdad de Perogrullo, que deja de ser lugar común cuando desde fuera nos recuerdan que primero es sábado que domingo, es decir, que para que actúen elementos foráneos sobre la crisis venezolana hace falta, sin lugar a dudas, el trabajo arduo de los que sufren en carne propia y de quienes tratan de dirigirlos a mundos mejores.

Lo que parece llover sobre mojado viene a cuento, con toda pertinencia, debido a la cantidad de voces que en estos días se ha levantado para pedir una intervención internacional que conduzca a la tierra prometida. Más que una presencia de fuerzas de diferentes latitudes, han fijado la vista en el poder de Estados Unidos y hacia sus autoridades van dirigidos los clamores. El discurso ha tomado cuerpo en sectores de la oposición, pero especialmente en algunos voceros a quienes les parece excesivamente prudente la conducta de la mayoría de los diputados de la Asamblea Nacional y del presidente Juan Guaidó.

Pero ¿cómo salimos de la usurpación, y del desastre que ha provocado, si no seguimos la dirección de quienes han logrado levantar olas de esperanza mediante la reactivación de la actividad parlamentaria y gracias a la formación de un liderazgo que parecía muerto y enterrado? Precisamente los heraldos del Parlamento y su cabeza, Juan Guaidó, han mirado con preferencia a la ciudadanía para buscarla como soporte fundamental. Lo cual no significa plantearse la situación como si se tratara del rompecabezas de una isla sin vínculos con otras latitudes. La ven como parte de un entuerto que no solo concierne a los venezolanos, pero con planos de primera y segunda instancia que se deben atender a su debido tiempo.

En un primer capítulo se ha logrado atraer la atención del mundo occidental y se han logrado sustentos fundamentales para la causa de nuestra libertad, a través de la creación de apoyos fundamentales como los del Grupo de Lima, la Unión Europea, la mayoría de la OEA y, por supuesto, del Ejecutivo y del Congreso estadounidenses. La congregación de tales auxilios, que son de carácter vital, es obra de la dirigencia que ahora orienta a las fuerzas democráticas, lograda gracias a la tenacidad de representantes exiliados que han hecho fecunda labor ante los gobiernos extranjeros. Nadie puede negar la amplitud de miras de quienes ahora están en la vanguardia de las causas populares, porque han oteado un amplio panorama con resultados concretos y esperanzadores.

Precisamente de esos contactos ha salido la idea de no mover los hilos de una intervención extranjera sin realizar antes el trabajo casero. Gracias a los continuos tratos con las autoridades del hemisferio y del Viejo Continente, se ha pensado en continuar la ruta solvente del principio, que consiste en cocinar con los ingredientes del menú familiar antes de pensar en recetas exóticas que pueden ser realmente aventuradas. No existe una conducta más sensata, a pesar de las impaciencias y las aceleraciones de quienes anhelan un desfile de marines para la semana entrante.

Pero no habrá tal desfile. No solo porque así lo acaba de anunciar uno de los halcones a quien se veía a la cabeza de una nueva e intrépida legión extranjera, sino especialmente porque tal es la conclusión de los dirigentes que se están partiendo el lomo y están arriesgando su vida y su libertad para acabar con la usurpación. Ellos saben, como la mayoría abrumadora de las fuerzas democráticas, que la salvación se hace en casa o no se hace.


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