Hace 101 años, el viernes 6 de abril precisan sus devotos para hacer coincidir la fecha con la declaración de guerra al Imperio Alemán de parte de Estados Unidos, Marcel Duchamp adquirió un mingitorio modelo Berfodshire en una tienda neoyorquina y, al llegar a su estudio, la rubricó con el nombre de R. Mutt y llamó a su creación (¿?) “Fuente”. Con tales rúbricas y nombre se exhibió el urinario en la Society of Independent Artists. Fue un acontecimiento que reformuló el concepto de arte, y la ordinaria pieza de porcelana pasó a ser considerada obra maestra de la imaginación al servicio de la ironía.

Aparte de micciones y evacuaciones,  poco o nada relaciona la iniciativa de Duchamp con el humilde oficio de limpiador de pocetas, puesto en entredicho recientemente por un autobusero que, por voluntad castrense, conduce el país hacia abismos insondables; ocurre, sin embargo, que al subestimar un trabajo tan honesto como el que más, se lo hace por la función primaria del objeto y no por el esfuerzo que entraña su mantenimiento.

Y lo que es más grave, se enjuicia y ridiculiza a un trabajador desde una postura escatológica que nada tiene que ver con el trabajo en sí. Quien limpia una poceta merece tanto respeto como el artista que la exhibe sentado en ella, por ejemplo, el pensador de Auguste Rodin.

Como ya debe haber caído en cuenta el lector, los comentarios anteriores responden al infructuoso intento del señor Maduro de ridiculizar y escarnecer públicamente, sin gracia ni creatividad alguna, a la diáspora venezolana, mediante una infeliz generalización. Y es que no ofende quien quiere sino quien puede. Y quien no piensa lo que dice no está en capacidad de mofarse de los que han debido abandonar el país para liberarse de la vergonzosa subordinación a un sujeto que no calza los puntos necesarios para ejercer el cargo que usurpó.

Al zaherir a quien circunstancialmente vive de lo que el insolente chofer estima trabajo vil, porque supone entrar en contacto con materia fecal, se está vejando a las madres, que cambian los pañales a sus vástagos varias veces al día; a las enfermeras, que deben ocuparse de las excretas del paciente; al bioanalista que detecta la presencia de agentes patógenos en las heces del enfermo. Semejante menoscabo hace sospechar que el jefecillo civil de la dictadura uniformada quizá sufra de coprofobia –¿cómo hará para ir al baño?– y lo disimula con sus chistecitos excrementicios.

En las redes sociales circulan reacciones de diverso registro a la descalificación madurista, que oscilan entre la indignación y el desdén, y el de mayor impacto es probablemente un video colgado por Oscar Romero en Youtube, que no será un chef-d’œuvre como la “Fuente” de Duchamp, pero que le da en la torre al reyecito con este contundente mensaje: “Yo no pierdo las esperanzas de verte a ti, Nicolás, limpiando pocetas, pero en una celda de 2 x 2, junto a ese poco de ladrones que te acompañan, así como ahorita lo están haciendo los sobrinos narcotraficantes”. ¿Qué tal?


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