El usurpador siente su soledad y se aferra a la única alternativa que tiene para sobrevivir. Sin apoyo popular, sin sustento institucional legítimo, desacreditado en el ámbito internacional, sin capacidad para solucionar la crisis social que ha fomentado, sin erario que le pueda conceder un segundo aire, solo puede manejar las armas de la represión.

Las muletas espurias que hizo a la carrera para salir del atolladero le permiten acceder a los métodos de coerción que son los únicos que le pueden aportar ayuda. De un TSJ hecho a la medida e integrado por seguidores fieles, y de una constituyente también confeccionada en su sastrería de espaldas a las sociedad, salen los maquillajes a través de los cuales quiere hacer pasar por legales las decisiones destinadas al ataque cruento y desenfrenado de las manifestaciones populares que se le atraviesan en el camino cada vez con mayor frecuencia e intensidad. A través del control de los medios de comunicación tiene la posibilidad de ocultar sus desmanes, o de que apenas se conozcan a cuentagotas.

Tales son los pilares que le permiten el ataque de las conductas cada vez más enfáticas de la sociedad, porque sabe que la supervivencia depende de sofocarlas, de ahogarlas en sangre si es preciso. Ha puesto en marcha mecanismos automáticos para detenerlas antes de que se conviertan en corriente incontenible. Ordena cargas tempranas cuando las aglomeraciones están por comenzar, para dispersarlas antes de que se abarroten de protestantes. Busca con diligencia digna de mejor causa a quienes los sabuesos han identificado como cabezas de movimientos en los lugares de reunión, que para ellos son la escena del crimen, y los encierra sin fórmula legal. Rodea los sitios de soldadesca armada, para disuadir a la ciudadanía con la presencia de escudos y fusiles, como advertencia de lo que sucederá si la lucha se mantiene. Y así sucesivamente.

Además, como hemos visto, partiendo del secuestro de líderes importantes a escala nacional, como son los diputados de la AN, manda un mensaje que busca desalentar a las masas. Nos dice que sabe que la culebra se mata por la cabeza y que se ha puesto en el empeño. Es un anuncio capaz de cohibir a la sociedad, capaz de detener el ánimo de una sociedad desesperada, pero también una conducta que puede acarrearle perjuicios en el ámbito internacional. La violencia del oficialismo se divulga en los medios de otras latitudes, más libres que los nuestros, para que las novedades del terror circulen sin cortapisas. Pero, ¿eso le importa al usurpador?

No, desde luego. El usurpador quiere clausurar todos los caminos de la reconciliación, todas las posibilidades de trato civilizado con las fuerzas políticas, cualquier sendero de avenimiento. Siente que el único camino que le queda es el de presentarse como adalid de una revolución acosada por el imperialismo yanqui y por sus acólitos, por masas manipuladas mediante una campaña pertinaz de propaganda foránea. Se quiere vender como mártir de una revolución inexistente, pero que proclama como salvación nacional, porque es la única manera que tiene, según ha calculado, de lavarse la cara. Tales son las razones de la represión que la sociedad democrática sufre en la actualidad, sobre las cuales conviene poner atención para evitar que cumpla sus negros objetivos.


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