Los pesimistas, curados en salud por el ventajismo de un régimen de marcado acento dictatorial –por definición, negado a dar su brazo a torcer ante el adversario–, y pese a las exultantes declaraciones de Danilo Medina y la sonrisa idiota de Rodríguez Zapatero, no albergan esperanza alguna respecto  a los resultados del cónclave quisqueyano que ayer concluyó. Los optimistas piensan que, en virtud de las críticas y condenas internaciones a la sistemática violación de los derechos ciudadanos por parte del gobierno y la consecuente necesidad de mejorar su imagen, alguna concesión se hará a la oposición. Entre ambos extremos, una parte de la opinión pública estima que, pase lo que pase, el oficialismo se acreditará un triunfo. Fundamentan su aserto en declaraciones de Maduro según las cuales él, que todo lo puede, sentó a la MUD en la mesa de negociaciones.

Este diálogo, que para bien o para mal debe tomarse por último, forma parte de una pérfida y astuta agenda de la facción madurista del PSUV, en la que cabe incluir por relevantes un proceso de depuración en desarrollo y un anuncio hecho por el vicepresidente El Aissami en el estado Aragua. El proceso en cuestión, así lo sostuvimos en un editorial anterior, es la purga que se está llevando a cabo en la estatal petrolera y que algunos analistas suponen es producto de una negociación con la facción cabellista para dar luz verde a la reelección de Maduro a cambio del control de Pdvsa.

Con el anuncio de las pretensiones continuistas de Nicolás, inherentes al esquema populista bolivariano que tiene en la reelección presidencial y las tumultuarias asambleas constituyentes dos soportes de su estructura de poder, ha quedado en evidencia que el rodar de cabezas en el alto mando petrolero tiene más de montaje de efectos propagandísticos que intenciones de combatir  la corrupción con decisión y seriedad, pues si tal fuese el propósito del Fouquier-Tinville de pacotilla que oficia de acusador público, tendría que haber comenzado por investigar el tenebroso asunto de los narcosobrinos de la pareja presidencial. Si con las negociaciones procuraba el oficialismo retocar su imagen, con esta operación limpieza en curso lava su cara Maduro –¡estamos ganando puntos, camaradas, así que sigamos el ejemplo de Morales que va por su cuarto mandato!–; y eso intenta el cerebro de los votantes.

El destape de la petrocorrupción ha puesto sobre el tapete de los analistas el nombre de Nicolás Maquiavelo, a propósito de lo que fue el gran tema de la semana. Seguramente el candidato a perpetuarse no ha leído a su tocayo y crea, erróneamente como la mayoría, que suya es la frase hecha “el fin justifica los medios”; ello, sin embargo, no impide que su desempeño político tenga mucho de lo que comúnmente denominan maquiavelismo, ambiguo modo de referirse a las ideas expuestas en El príncipe. Frente a lo que está pasando y como colofón apelamos también al florentino: “En general los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”.


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