El secretario general de la OEA, Luis Almagro, fue el centro de un acto celebrado en la Casa de América, en Madrid, en el cual recibió el Premio FAES por la Libertad. El galardón se le entregó por su carrera de dirigente político, ejercida con brillantez en Uruguay como parte del gobierno en el cual se desempeñó como ministro de Relaciones Exteriores y como vocero de un partido de cuño democrático, pero especialmente por su lucha incansable por el restablecimiento de las libertades en Venezuela. Ciertamente ha sido uno de los adalides de la batalla que hoy realizamos aquí por acabar con la dictadura.

En la clausura del acto, Almagro recordó cifras espeluznantes que dan cuenta de la magnitud de la represión que impera en Venezuela: más de 12.000 ciudadanos detenidos desde 2014, el asesinato de más de 150 personas que participaban en manifestaciones de protesta y 6.300 ejecuciones llevadas a cabo por  fuerzas del gobierno. Pero también hizo una afirmación extraordinaria, capaz de señalar el tamaño de la responsabilidad de los gobernantes rojos rojitos en el infierno que consume a la sociedad: la corrupción perpetrada por el régimen chavista es “una de las mayores creadas por el hombre”.

Después de pasearse por la estadística sombría y de señalar a sus padres, Almagro se detuvo en la ilegitimidad de las elecciones convocadas por la dictadura y clamó por la obligación de descalificarlas sin vacilación en el país, en foros internacionales y en las comunidades del exterior que contemplan la situación en medio de la estupefacción. Bajo ningún respecto se debe atender semejante invitación fraguada en las alturas del poder, insistió. ¿Por qué? Su respuesta fue sencilla y definitiva, una afirmación que no ofrece posibilidad de disputa: “Después de considerar lo que ha pasado y sigue pasando, no se pueden permitir seis años más de represión y dictadura”.

Almagro considera la restitución de la democracia como la única ruta para salir de la peor situación que ha vivido Venezuela en el último medio siglo, o desde tiempos anteriores. No se pueden considerar rutas intermedias, afirmó. Lo que no conduzca al establecimiento de un régimen democrático es esfuerzo baldío y tiempo perdido, machacó. Es tal el tamaño de las angustias sociales, provocado por el desprecio de la legalidad y por el imperio de conductas delictivas en la cúpula oficialista, que se está ante una única respuesta en cuya esencia se encuentra la obligación de volver a los pasos de un republicanismo democrático. Así terminó sus palabras en el acto de Madrid.

Aparte de regocijarnos por la existencia de un compañero tan cabal de nuestras luchas, aparte de quitarnos el sombrero ante un campeón de la libertad tan consistente y  cercano, extrañamos que afirmaciones como las suyas, dignas de todo crédito y de indiscutible respeto, no formen parte del discurso habitual de los dirigentes políticos que, según se cree o supone, luchan por las mismas conquistas en el ámbito nacional.


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