El reconocimiento del mandato del diputado Juan Guaidó como presidente encargado de la república por los diputados del Parlamento Europeo es un hecho que requiere especial atención. Ofrece hoy las pruebas más elocuentes del derrumbe de la usurpación y, por supuesto, del respaldo a una transición anhelada por la mayoría de los venezolanos. El hecho fortalece la autoridad de la AN, mientras arrincona las posibilidades de subsistencia a las que se quiere aferrar el usurpador.

El Parlamento Europeo acoge la representación de los partidos organizados en cada uno de sus Estados, las corrientes de opinión más influyentes y también voces disidentes que han obtenido escaños mediante votación popular. Forman una voz plural, un coro de manifestaciones amalgamadas alrededor de lo que cada una de ellas entiende por democracia y por cohabitación civilizada. Debaten con libertad como voceros de sus asuntos nacionales, en cuanto incumben a la integración continental, pero también sobre temas de naturaleza universal, como los derechos humanos, la paz universal y la proliferación de redes supranacionales de corrupción, a los cuales conceden prioridad. El Parlamento Europeo no depende de libretos preconcebidos, ni del dictamen de una voz superior que determina el rumbo de las conductas ni el resultado de los escrutinios, sino de deliberaciones habitualmente sensatas sobre el destino del género humano.

No es la voz de los gobiernos, sino la manifestación de un conjunto de sociedades. Los diputados, en elocuente mayoría, no votaron como figuras de una administración determinada, sino como heraldos de una opinión generalizada que se ha abierto paso hasta acaparar su atención y conmoverla. No son los gobiernos de Europa los que ahora han votado el reconocimiento de Guaidó, sino sus pueblos. La gestión de la AN en su búsqueda de democracia y legalidad cuenta ya con el soporte de las sociedades del Viejo Continente.

Por consiguiente, que de un ambiente tan diverso y tan orientado a deliberaciones de altura salga un apoyo contundente a la transición encabezada por Guaidó, constituye un suceso de especial relevancia. Coloca a Venezuela en el centro de la escena. Concede prioridad a las batallas que libramos por la libertad y por la restitución de los hábitos republicanos. Conduce a una observación especial de los desmanes del usurpador, quien ahora queda necesariamente sometido a la vigilancia de uno de los cuerpos de representación multilateral más importantes de la actualidad. ¿No es extraordinario? ¿No es una señal de que, por fin, encontramos el camino adecuado para librarnos del usurpador y de sus secuaces?

Uno de los argumentos manejados por la dictadura para mantener su continuismo ha sido el que remite al poder imperial de Estados Unidos como promotor de una injerencia desproporcionada y descarada en los asuntos nacionales, partiendo de las cuales busca por las malas su despedida. La votación del Parlamento Europeo desmonta una interpretación tan manida, tan socorrida y simple, la hace papilla. Sus miembros no levantaron la mano contra Maduro por órdenes de la Casa Blanca, no obedecieron la voz de un amo residenciado en Washington, sino como corolario de un análisis equilibrado de nuestros asuntos y por una cuestión de humanidad. Estamos ante otra de las fundamentales consecuencias de una decisión capaz de cambiar el rumbo de nuestra historia.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!