No sé por qué piensas tú, /soldado, que te odio yo/si somos la misma cosa/yo, /tú. /Tú eres pobre, lo soy yo; / soy de abajo, lo eres tú; ¿de dónde has sacado tú, /soldado, que te odio yo?

Nicolás Guillén

Hoy se volverá a sentir en las calles el clamor popular contra la conjura judicial que, con sus mal cosidas sentencias, hace de la Constitución  fundamento de tropelías de toda índole para legitimar la instauración de una dictadura en el país; una dictadura narco corrupta cuya supervivencia es imposible sin la represión continua y el ejercicio sistemático de la violencia  como colérica demostración de que por las malas puedo lograr lo que por las buenas es imposible, y arma disuasiva que, en cualquier momento, puede dispararse sobre el adversario.

Pero, hoy, como anteayer, este pueblo que se niega a ser chantajeado con subsidios alimentarios devenidos en vulgares bozales de arepa que pasan por la  genuflexión implícita en la carnetización patriota –de sí, como la exclusión, modalidad estructural de la violencia concomitante con la naturaleza de la revolución castrochavista–, que se niega, asimismo, a aceptar postergaciones de su derecho de renovar, mediante el voto, a gobernadores y alcaldes, y espera y aspira, por esta misma vía, a salir del señor Maduro, sabrá eludir provocaciones y resistir las agresiones… hasta cierto límite, porque el cántaro no es irrompible. Ya se reportó una muerte y se contabilizaron decenas de heridos y detenidos como trágico balance de la intolerancia roja frente a la inocultable contundencia de las protestas del martes y el miércoles.

La violencia, argumento preferido de los ultra revoltosos que se creen y dicen ser “de izquierda” y lo esgrimen para trocar debate en combate y diálogo en disputa, no conseguirá abortar lo que se perfila para la oposición como una floreciente primavera. Cual corresponde a abril, mes de gestas memorables y, ¡cuidado!, de chapucerías, como el carmonazo, un golpe mal urdido sobre un supuesto “vacío de poder”, cuyo correlato es este complot judicial que ha concitado la unánime condena internacional. No podrán contener esta nueva ola de manifestantes con vocación de tsunami. Y, esperemos estar equivocados, tendrán que recurrir a formas más sañudas de represión, con consecuencias no impensables, sino indeseables.

La brutalidad de la pretoriana guardia nacional bolivariana y la sádica crueldad de colectivos gansteriles a las órdenes del trío de perdonavidas de talante rabioso que ladra consignas tintas de sangre y empañadas de muerte e incita a sus escasos pero fanatizados seguidores a agredir a quienes solo tienen  pancartas para defenderse, intenta suplir el minúsculo entusiasmo que, a desgano, exhiben los tarifados habituales convocados para las contramarchas oficialistas; sin embargo, el trío ABC –Aristóbulo, Bernal & Cabello– quiere más: quiere ver montones de cadáveres para cimentar con terror un estado de excepción permanente, sin garantías ciudadanas y, ¡albricias!, sin la molesta perspectiva de una democrática alternancia. Mas como dijo alguien y se sabe desde siempre: llegará el momento (y aquí no falta mucho) en que hasta sus propios partidarios les darán la espalda y, entonces, cesará la obediencia ciega del soldado.


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