En el mercado de Guaicaipuro, en la avenida Andrés Bello, los pasillos y los estantes lucen igual de vacíos. Es jueves a mediodía y no hay ni compradores ni productos. Los pocos clientes hacen tímidas consultas antes de decidirse a adquirir algo en los locales que están abiertos. “¿A cuánto tiene el palmito?”, pregunta una compradora en un sitio de venta de quesos. Al enterarse del precio (11.050 bolívares el kilo), se marcha a buscar alguna otra opción.

Luego de que el 14 de enero Nicolás Maduro anunciara que el salario mínimo pasaría a ser de 18.000 bolívares, los precios de los productos se dispararon una vez más, admiten los vendedores. “Lo que se debe pagar por la mercancía que acaba de llegar es una locura”, dice José González, que desde hace un año trabaja en el mercado. “No hay nada porque los proveedores quieren que paguemos de una vez lo que nos dejan, pero es imposible. Gracias a que algunos son más comprensivos tenemos algo para vender”, señala.

La hiperinflación es el espectro que espanta a los clientes del que alguna vez fuera uno de los mercados más populosos de Caracas y, sin mucho esfuerzo, pulveriza el poco poder adquisitivo de un salario mínimo que se estrenó con plomo en el ala. En uno de los expendios de carne los precios de los cortes regulados (551 bolívares), no son más que un saludo a la bandera, confiesa un comerciante que prefiere no identificarse. “Lo que se vende ahora son huesitos ahumados porque no hay más nada”. Estos tienen un precio que varía entre 3.500 y 4.900 el kilo.

“Mi quincena fue de 3.500 bolívares que no me alcanza para nada, un almuerzo cuesta más que eso”, señala Cecilia Perdomo, terapista de lenguaje que trabaja en un hospital público. “Pude comprar un kilo de queso y, si lo estiro, me puede durar una semana”, dice. Para completar sus ingresos da clases privadas, pero confiesa que cada vez el dinero le rinde menos.

Oscar Meza, director del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros, organismo que desde hace más de dos décadas le lleva el pulso a los precios de la canasta alimentaria, recuerda que el salario mínimo tiene un propósito: “Debería ser suficiente para adquirir por lo menos una canasta alimentaria, y, más allá, de acuerdo con el artículo 91 de la Constitución, debería en realidad cubrir la canasta básica (que incluye además servicios y otros productos de primera necesidad)”. Sin embargo, de acuerdo con las mediciones del Cendas, el salario mínimo que reciben los venezolanos no alcanza ni siquiera para lo que se requiere en un día.

Ingresos triturados

Mañana el Cendas dará a conocer el resultado de su análisis correspondiente al mes de diciembre, pero Meza adelanta algunos números: para pagar la canasta alimentaria del mes pasado, una familia venezolana debía desembolsar 307.905,97 bolívares. “No olvidemos que hace un mes también se estaba estrenando un salario mínimo”, recuerda el experto. En efecto, a partir del 1° de diciembre esa remuneración pasó a ser de 4.500 bolívares, cifra que terminó siendo insignificante, pues el mes pasado fue necesario ganar al mes 68,4 veces esa cantidad para cubrir el costo de los alimentos indispensables para una familia. “Significaba que se requerían 10.263,63 bolívares diarios, lo que era equivalente a 2,28 salarios mínimos al día”.

Meza añade que según sus cálculos, para cubrir la canasta alimentaria en el país en diciembre pasado fue necesario contar con un ingreso equivalente a 384,88 dólares y el salario mínimo se tradujo en 5,62 dólares. “Según nuestros cálculos, este nuevo salario que se acaba de decretar tiene aproximadamente el mismo valor, unos 6 dólares”.

La economista Marisela Cuevas señala que el aumento de salario mínimo no solo es una medida ineficaz, “sino que se inserta dentro de una dinámica perversa porque se pretende solventar las consecuencias del proceso hiperinflacionario sin atacar las causas”. Considera que repetir cada cierto tiempo un anuncio de aumento de salario “no tiene otro propósito que un efecto propagandístico, es una manera que tiene el gobierno de deslindarse de su responsabilidad, de aparentar que está haciendo algo para solventar el problema, cuando en realidad no es así”.

Las cifras son más que elocuentes acerca del impacto de la hiperinflación. Meza recuerda que, en el caso de la canasta alimentaria, la variación de precios entre diciembre de 2017 y diciembre de 2018 fue de 186.498,4%, un promedio de 153%. En los alimentos, la inflación fue de 5,1% diaria.

Carrera perdida

Los precios de varios rubros en mercados y en comercios del centro de la ciudad corroboran lo irrisorio del nuevo monto del salario mínimo anunciado por Maduro. En algunos casos, serviría apenas para comprar una porción de algunos productos: 1 kilo de jamón de pierna se estaba cobrando esta semana entre 18.900 y 24.100 bolívares, 1 kilo de queso amarillo, en 16.800 bolívares, y el kilo de papa o de cebolla en 3.000 bolívares.

Pero no solo los alimentos le ganaron la carrera de lejos al salario mínimo, pues los precios de los medicamentos también son una prueba de la discrepancia entre el anuncio oficial y la realidad: el Losartán, un popular antihipertensivo, en su presentación de 50 miligramos y de 30 tabletas, llegó a las farmacias esta semana a un precio de 15.597 bolívares. La ciprofloxacina, un antibiótico, tiene un costo de 11.142 bolívares. 10 pastillas de 500 miligramos de acetaminofén cuestan 3.000 bolívares.

Para Meza, el incremento de los precios que se está registrando en enero hará aún menos favorables los augurios para el nuevo salario mínimo. “Con la concreción del anuncio lo que se hizo fue disparar más los precios en esta quincena”, señala. Lo esperable era que el aumento de precios de este mes se hiciera más lento por la dinámica propia de principios de año. “En esta oportunidad ocurrió todo lo contrario: los precios se desataron desde comienzos de enero, porque ya había rumores de aumento salarial”.

Cuevas añade que, además de que el aumento de salario mínimo afecta todas las estructuras de costos y, por lo tanto los precios de los productos, las expectativas negativas se convierten en un componente adicional de la hiperinflación. “Como no hay confianza en las medidas del gobierno, los agentes económicos intentan protegerse incrementando los precios, lo que alimenta la espiral hiperinflacionaria”.

La disociación entre el ingreso que aporta el salario mínimo y lo que se puede comprar ha hecho imposible para muchas familias pagar el precio de alimentos de primera necesidad, señala Meza, quien añade que al ritmo actual a fines de mes el salario mínimo equivaldrá solo a aproximadamente 3 dólares. “Para la mayoría la situación es cada vez peor: la pobreza se ha incrementado a niveles nunca vistos”, recuerda Cuevas. “No hay que olvidar que la hiperinflación es un impuesto que castiga con más dureza a quienes tienen menos”.


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