Los días en que hay protestas las bombas lacrimógenas caen en las narices de los negocios. Los empleados bajan las santamarías y se resguardan dentro del comercio. En el municipio Chacao los negocios ven como el flujo de ventas y clientes disminuye drásticamente. Ayer, fue diferente sin funcionarios, bombas lacrimógenas, detonaciones, guarimbas, persecuciones, amenazas de encapuchados ni calles trancadas, pues los ciudadanos compran los productos que consiguen. Y las ganancias se recuperan un poco.

Algunos comerciantes de este municipio aseguran que tienen pérdidas desde que comenzaron las protestas a principios de abril. Un negocio de la avenida Uslar Pietri, de Chacao, que ofrece productos perecederos, tuvo que botar jamón y quesos vencidos y frutas podridas. Además, varios vendedores coinciden en que han tenido que cerrar desde temprano por las actuaciones de la Guardia Nacional Bolivariana, de la Policía Nacional Bolivariana y de personas encapuchadas.

Los establecimientos en ocasiones sirven de resguardo para los manifestantes. Un trabajador contó que una vez una muchacha entró precipitadamente al local junto a un funcionario de la PNB que la perseguía. El vendedor se encontraba fuera del comercio y entró a tiempo para bajar la santamaría antes de que entraran los demás cuerpos de seguridad. “Le pedí al policía que hablara con sus compañeros a través del radio para que no arremetieran contra el local”.

Otros comercios de esta avenida también han recibido amenazas de grupos de encapuchados que emergen de las manifestaciones. Obligan a cerrar los locales y señalan que deben apoyar las protestas. El miércoles pasado uno de estos grupos amenazó a las personas que hacían una cola para comprar pan. “Dijeron que quemarían el local si no lo cerrábamos. Teníamos pan en el horno después de tres meses sin harina. Les pedí paciencia para desalojar a los clientes y después cerrar las puertas. Respondieron con groserías, con malas palabras. Gente de la zona empezó a defender la panadería”, dijo el encargado del comercio.

Los empleados de una tienda deportiva cierran cuando comienza la protesta. Velan por  su seguridad para salir de la zona. Buscan vías alternas, entre ellas los caminos verdes. Además, aseguran que las ventas han bajado más de 60%. “Sentimos depresión. No podemos hacer nada”, confesó uno de los trabajadores.

También la agenda cultural de una librería en Altamira ha sufrido cambios en su programación. Se ha tenido que reinventar para dirigir la temática de sus charlas hacia la situación actual del país. La asignación de fechas para los eventos depende del día a día, aunque sus jornadas más concurridas ocurren los martes, jueves y domingos, días en los que generalmente no hay convocatorias para manifestar.

A pesar de que las ventas también han sido afectadas, estar ubicada frente a uno de los puntos de concentración le genera clientes los días de marcha. Los ciudadanos se pasean por la librería mientras esperan que empiece la movilización hacia la autopista Francisco Fajardo. El comercio tiene la primera fila para ver guarimbas, protestas y represiones a través de la enorme ventana del frente. Un empleado admite: “Nos sentimos vulnerados ante esta situación país. No hay forma de no sentirlo cuando tenemos la plaza al lado, el epicentro de las protestas en Venezuela”.


Se reduce el abastecimiento. La situación de la economía venezolana no tiene compasión de los comerciantes. Los precios continúan subiendo y los proveedores dejan de abastecer como lo hacían antes de las protestas. Un vendedor de la avenida Uslar Pietri de Chacao afirma: “Caracas no produce nada. Los productos que llegan a la capital vienen de otros estados. En el viaje hacia los locales de Caracas, funcionarios y guarimbas les cobran vacunas a los distribuidores”. Por esta situación, los proveedores han aumentado los precios y bajado la distribución de productos en los negocios para abastecerlos.

Proveedor de Casa de Frutas asegura que distribuyen productos cada 20 días por lo general desde que empezaron las manifestaciones, a diferencia de antes que distribuían semanalmente.

“Un pequeño grupo agresivo amenazó con quemar el local si no lo cerrábamos. Teníamos pan en el horno después de tres meses sin harina”

Carlos Seijas M.


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