Lejos de la envergadura de los mastodónticos combatientes de Japón, deportistas como Walter Rivas respiran el sumo en Venezuela. Buscan un espacio en el mapa del milenario deporte japonés, pero tienen un rival de muchísimo peso: la crisis económica.

«¿Sumo en Venezuela? Sí. Acá en Venezuela se hace sumo», pregunta y se responde a sí mismo Duglexer González, conocido como ‘King Musampa’, uno de los primeros practicantes de la disciplina en el país caribeño y, ahora, dirigente de la federación fundada en 2012.

«Luchamos contra los tabúes y los altos costos», comenta a la AFP Musampa, uno de los responsables de que Venezuela empezara a hablar tímidamente de sumo, aunque el beisbol, el fútbol, el baloncesto y el boxeo dominen la escena. «No somos simplemente gordos», subraya tajante.

Sin embargo, el camino elegido no es fácil cuando escasean los alimentos básicos y los precios escalan exponencialmente por la hiperinflación.

«Peleo en la categoría de 115 kilos (kg) y siempre estoy por debajo del peso, 20 o 15 kg por debajo», relata Rivas, de 1,74 metros de estatura y 90 kilos de músculo sólido, quien hace dos años se coronó campeón sudamericano.

El único país donde se practica sumo profesional es Japón, con sus monumentales yokozunas enzarzados en el ‘dohyo’, círculo donde combaten.

Menos ritual, el sumo aficionado, con la aspiración de convertirse en deporte olímpico, se practica en las categorías -85 kg, -115 kg y +115 kg en la rama masculina y -65 kg, -85 kg y +85 kg en la femenina.

Las necesidades hipercalóricas marcan a los atletas de las divisiones más altas. Un hombre de la categoría máxima, en ciclos competitivos, necesita 10.000 calorías diarias, explica Musampa.

Requiere de cinco a seis comidas diarias, con porciones de 250 o 300 gramos de proteínas en cada una, vegetales y frutas.

El consumo en una mujer de la mayor división se ubica entre 6.500 y 7.500 calorías, agrega Musampa, mientras observa una práctica en el estadio Brígido Iriarte, en Caracas.

«Lo que haya»

La selección venezolana de sumo tiene respaldo del estatal Instituto Nacional de Deportes  para cubrir las necesidades nutricionales de sus integrantes en fase competitiva; pero la situación se complica cuando no hay torneos.

«Cuando hay un campeonato importante uno ingiere más calorías, más proteínas, para estar un poquito más en el peso, pero como está la situación (en Venezuela) uno tiene que comer lo que haya», explica Rivas, quien se gana la vida como instructor en un gimnasio de Barquisimeto, estado Lara.

Cubrir la canasta básica alimentaria en Venezuela requiere 11 salarios mínimos, según el privado Centro de Documentación y Análisis de los Trabajadores.

La alimentación no es el único problema. Por falta de recursos, Venezuela canceló en septiembre su participación en el último Campeonato Sudamericano en Sao Paulo, Brasil, meca de los deportes de combate en América Latina.

Iba a competir con tres hombres y tres mujeres. «Nos tocó», lamentó Musampa, refiriéndose a la epidemia de forfaits -derrotas por incomparecencia- que golpea al deporte venezolano por dificultades presupuestarias y falta de boletos aéreos en medio del éxodo masivo de aerolíneas por deudas estatales.

Representaciones venezolanas de boxeo, voleibol, sóftbol y esgrima, entre otras, han dado forfait en competencias internacionales. Incluso sucedió en el ciclo hacia los Juegos Olímpicos Tokio 2020 con el boxeador Yoel Finol, medallista de plata en Río 2016.

«Con más roce competitivo, podemos lograr grandes cosas», dijo Eukaris Pereira, una de las sumistas que debió suspender su participación.

Ganando espacios

El sumo se estrenó en Venezuela en 2012, con el primer campeonato nacional, en Maracay.

«Fuimos la primera generación de sumotoris en Venezuela. Veníamos de otras disciplinas: lucha, judo, sambo», recuerda Musampa, quien entonces competía con sus 130 kilos y una señal de identidad: un tatuaje en el brazo izquierdo del fallecido presidente socialista Hugo Chávez.

Ya retirado, Musampa es vicepresidente de la naciente federación. «Hoy tenemos 36 clubes, asociaciones y atletas de talla mundialista como María Cedello, medallista en eventos internacionales» dijo. 

Poco a poco se fueron sumando atletas. «Un amigo me estaba invitando desde hace tiempo. Me cohibía porque había que usar el mawachi», cuenta -riendo- Rivas, refiriéndose al característico cinturón que usan los sumistas. Había sido luchador.

El sumo, intentando ganar terreno, ha organizado exhibiciones en zonas populares, pues sus dirigentes creen que puede ser una herramienta»para el trabajo social. «Hemos llegado a espacios donde no pensábamos que se podía llegar», celebra Musampa.


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