«Cardenales será campeón por Luis Valbuena». Así lo decía Alfonso Saer a quien quisiera oírlo, desde que empezó octubre. La emblemática voz de los pájaros rojos durante más de medio siglo sostenía que la influencia del bigleaguer -ausente en la última intentona de triunfo- y el balance que daba a la alineación, por el poder de su bate y su disciplina en el home, cambiarían finalmente el curso de esos 18 años de decepciones que Lara acumulaba en la LVBP.

Valbuena, sabemos bien, no siguió más con el equipo. Él y José Castillo murieron el 7 de diciembre en aquella tragedia en la autopista ocasionada por piratas de carretera. Y sin embargo, nunca fueron más nombrados que en estas semanas que siguieron a la malhadada emboscada, en las que todo un roster, unos 40 hombres, entre criollos e importados, repitió cada día, en un rito íntimo y emocionado, que jugaba lo que quedaba de este campeonato en honor y recuerdo a los amigos caídos.

Este domingo volvieron a hacer el corro, al amparo de las camisetas con los números 1 y 23, las del par de estrellas, que siguieron presentes en la cueva de los crepusculares allá donde éstos jugaran. «¡Uno, dos, tres, amiguitos!», fue la consigna, otra vez. La misma que en tantas ocasiones repitiera Castillo, al dar ánimo a sus compañeros.

Los occidentales no perdonaron a los Leones en su segundo intento por cerrar la final del campeonato 2018-2019. El sábado no pudieron. Quizás por el escenario, porque nunca es fácil medirse con el Caracas en el Universitario, donde la afición capitalina mete tanta bulla y presión; o tal vez fueron los nervios de saberse tan cerca de la corona, tan próxima y tan esquiva en los pasados dos eneros; o puede que haya sido solamente un mal día, como de cuando en vez lo tuvo esta divisa. 

El caso es que no hubo perfecta ejecución en la jornada sabatina, y por primera vez en la postemporada cometieron dos errores y permitieron cuatro carreras sucias, y no pudo el pitcheo abridor, y faltaron los batazos cuando hubo bases llenas, y fracasó el seguro bullpen.

El club que tan bien jugó entre octubre y el 7 de diciembre, y que finalmente retomó el paso triturador a partir del primer playoff, fue este domingo, sí, la máquina que había apartado sin apremios a los Bravos y los Navegantes, para finalmente doblegar a los melenudos.

Volvieron a atacar temprano, ahora a Luis Díaz. Volvieron a apelar agresivamente a sus relevistas, cuando el manager José Moreno vio vacilar al abridor mexicano Marco Carrillo y prefirió llevárselo, so pena de dejar escapar a los felinos. Volvieron a voltear la pizarra, como hicieron las dos veces en Barquisimeto, cuando los metropolitanos todavía jugaban con su nómina completa. Y con defensa impecable, la que menos errores cometió en el torneo, y con ese pitcheo que deja la mejor efectividad colectiva de la zafra, pusieron la mesa para la explosión posterior que les aseguraría el cetro.

Díaz y sus compañeros no pudieron contra el potente lineup cardenalero, a quien redondeó la llegada de Willians Astudillo, el slugger que tanto necesitaban los pajaritos desde que Valbuena dejó de ser pelotero para convertirse en su ángel de la guarda. Con un average colectivo sobre .360 antes del último duelo y un Juniel Querecuto imparable, líder en extrabases en este lance de cinco choques, llegaron las carreras que pusieron tierra de por medio, suficiente tierra como para pensar con varios innings de antelación que la celebración sería posible.

Un gran relevo de Raúl Rivero contuvo las ansias de los locales, que habían prometido hacer lo que fuera en el terreno para evitar la fiesta en su propio hogar. Fueron cuatro innings y un tercio en blanco, como en sus buenos tiempos, para reivindicarse después de un año discreto ante sí mismo y ante su público, cuando más valor tenía. Y luego Vicente Campos y Ricardo Gómez y Felipe Paulino, una nueva muestra del implacable cuerpo de bomberos que manejó tan bien Moreno cuando apretaba la presión.


El último out fue un dobleplay. Tenía que ser. Cardenales usó los guantes para evitar carreras rivales, especialmente en este último mes. También era un modo de cerrar colectivamente una función que se trabajó en equipo. De Rivero a Querecuto a Rangel Ravelo, por fin el out 27. La escuadra más balanceada de la 2018-2019 estalló en abrazos delante de centenares de aficionados con sus colores, que gritaron en la tribuna derecha con la misma alegría que brotó en el campo. La pizarra quedó 9 por 2 en el parque de Los Chaguaramos.

«La misión es ganar el último juego que se dispute en Venezuela», señaló tantas veces Moreno. Y así pasó. Mientras todos daban brincos, la Confederación del Caribe anunciaba que la Serie del Caribe pautada para celebrarse en Barquisimeto se disputará en otra sede y con nueva fecha, debido a los sucesos que vive la nación. No habrá más pelota aquí hasta octubre. Era inevitable. Pero no lo fue esta corona. El equipo que más juegos ha ganado entre finales de 2016 y este comienzo de 2019, tres campeonatos de intenso trabajo, finalmente completó el último paso. Ahora tienen su ansiado anillo de campeón.

Alguien corrió hacia la cueva cuando los jugadores y sus técnicos estaban por recibir el trofeo. En segundos, las camisetas con el 1 y el 23 volaron hacia la tarima, para ser parte de la ceremonia. Allí estaban Castillo y Valbuena, recordados por todos en cada entrevista, motores anímicos de un conjunto que nos enseñó cómo es posible caer, sufrir el más grande de los dolores, y aun así volver a ponerse en pie, seguir y vencer. Es una lección para el país bueno que queremos construir y para la vida de cada quien.

Los dos jugadores que no celebraron en cuerpo sí lo hicieron en alma, venerados por ser la inspiración que hizo posible esta victoria.
No, Saer no se equivocó. Porque se lo debía a Castillo y a Valbuena, Cardenales al fin ganó.


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