“En Mochima, en la isla La Piscina, junto a unas amigas novelistas, queríamos hacer un brainstorming para crear una historia fantástica. Allí estaba anclado el velero Celtic Caper, con un señor que tenía siete años navegando en solitario por el mundo. Cuando supimos de él, encontramos a la persona ideal para contarnos mil historias”. Sin imaginarlo, sería ella quien se sumergiera en esas vivencias al lado del capitán David, quien desde el primer momento la conquistó y la llevó a experimentar la aventura. Zarparon juntos el 17 de noviembre de 1997.

Después de viajes de prueba, enfilaron las velas rumbo al Pacífico. Ella sin conocimientos previos sobre navegación, pero con el entusiasmo de nutrir, además de su espíritu, su carrera. “Tenía la idea de que todo lo que tuviera que ver con el velero era masculino, pero me di cuenta de que no era así. Mientras más involucrada estaba en los asuntos de la embarcación, más iba a disfrutarlo y mayor sería el compromiso e interés por navegar”.

Entre océanos, países y culturas fue escribiendo su historia dentro del velero. El trayecto más largo sin ver tierra fue de 21 días y 3.000 millas náuticas, lapso en el que su crecimiento personal se reforzó. “El piloto automático se dañó y había una tormenta marina. Esa fue mi gran prueba de llevar el timón porque teníamos que turnarnos cada cuatro horas. En esos días lo que más me ayudó fue escuchar a los compañeros de la ruta y mis casetes de música. Hubo momentos mágicos cuando la luna se reflejaba en las olas y la espuma se veía plateada. Me dio confianza en mí misma pilotar el velero en fuerte oleaje, saber que estaba en el medio del mar donde no había nada y sentirme confiada en que podía hacerlo”.

Vivió historias conmovedoras, alegres e impresionantes. En la Polinesia Francesa entendió que lo más valioso de esa aventura era la gente que conocía al convivir temporadas con familias que los acogieron con lo mejor de sí. “Pasamos días enteros con ellos, en sus casas, acompañándolos a pescar, oyendo sus historias y viviendo su cultura. Eso fue como visitar familias y quedar con una en el Pacífico”, relata.

“En Filipinas hubo un anécdota divertida. Nos invitó a la playa una familia para regalarnos frutas en agradecimiento y un bebé empezó a rascarme un lunar en la pierna. Le pregunté a su mamá por qué y ella me respondió que él nunca había visto una mujer blanca. Creía que yo estaba pintada, y como vio un lunar marrón decidió darle con la uña para ver si se me caía la pintura”.

Cruzaron tres océanos: el Pacífico, el Atlántico y el Índico. La ruta incluyó países como Panamá, Ecuador, China, Colombia, Indonesia, Francia, El Salvador, Madagascar, Malasia, Micronesia, Sri Lanka y Vanuatu e islas como las Maldivas, Comores, Papúa, Nicobar, Galápagos y Santa Helena, entre otras. Brasil fue la última escala. “Era como el premio final: ya vas a estar en casa”.

Al regresar a Venezuela sintió la maravilla de llevar a cuestas esa serie de aventuras, además de haber podido sobrellevar los problemas de convivencia que, asegura, fueron los más difíciles. Estaba de vuelta para empezar una nueva etapa.


El mar dentro de mí

Desde el día uno de la aventura, Calderón escribió sus experiencias diarias en una bitácora sin pensar que posteriormente se convertiría en libro. “Lo llamé así porque sentí que la experiencia fue esa. Dejé que el mar se metiera dentro de mí, removiera mi espíritu y mi manera de pensar para empujarme hacia otra etapa de madurez, para ver el mundo con otros ojos, valorar cosas que antes no valoraba, e incluso a mí misma, para saber de qué era capaz”.

Después de años de estudio, escritura y apoyo, la obra finalmente salió a la luz en mayo de 2018. Está disponible en Amazon y en las principales librerías de Caracas. Allí presenta parte de su esencia de vida en un viaje interno, nutrido de lo externo. Es la travesía de María Inés Calderón por el mundo.



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