Quienes seguimos creyendo que la unidad es condición necesaria para derrotar la tiranía que nos masacra vimos con sorpresa y una inmensa decepción el triste espectáculo de la oposición en la Asamblea Nacional dividiéndose en dos pedazos en torno al tema de los oficios mediadores de Rodríguez Zapatero. Bastante sabemos todos de lo destartalada y traumatizada de esa deseada unidad, pero es a tal punto parece necesaria que seguimos aupando toda iniciativa que pretenda restaurarla y echarla a andar. El Frente Amplio, por decir algo. De manera que lo acaecido en la Asamblea nos parece, como dice Delsa Solórzano, una verdadera “vergüenza”.

Para no caer en indefiniciones impertinentes, y si por allí hay algún lector que me sigue, diré que yo me he pronunciado no pocas veces en contra de las actuaciones de dicho sujeto. Más allá del chismorreo que acompaña cualquier desempeño público, ahora más que nunca en el reino de las redes y la posverdad, me parece que sus continuos fracasos lo inhabilitan para tan compleja labor, más difícil si se considera el prontuario de la parte gobernante. Y, por otro lado, me parece más que evidente su parcialización por el madurismo, que se manifiesta desde sus inoportunas e impúdicas visitas a palacio hasta su declaraciones sobre las actuaciones del gobierno como si este fuera un modelo democrático, como si no existieran la constituyente, el CNE de Tibisay o los muertos, torturados y presos de 2017, o los millones de hambrientos y migrantes. Y, por último, supone uno que deben haber unos cuantos mediadores posibles en el ancho mundo, si fuese menester, que cumplan esas funciones con eficacia y pundonor.

Reconozco también que me sorprende la capacidad del mediador de renacer, después de que uno ha estado completamente seguro de que ahora sí, se acabó su torpe presencia en nuestras desgracias, y de repente de la nada salta otra vez al primer plano. Ahora bien, parecía obvia su incapacidad de hacer acordar las partes, pero lo que no imaginaba siquiera es que pudiese fracturar tan hondamente a la oposición o al menos evidenciar sus peores sañas. Lo hizo.

No me interesa saber, por los momentos, si hay alguna “agenda” escondida en lo acaecido. Quién quita, por ahí se oyen las piedras del 10 de enero. Basta mirar el procedimiento para toparse con algo muy sórdido. Para empezar procedimentalmente era suficiente un acuerdo verbal entre las fracciones para al menos posponer un asunto que no parece tener inmediata urgencia, porque nadie habla de una transacción a la vuelta de la esquina y mucho menos guiada por un componedor tan probadamente torpe. De lo cual se concluye que estos aliados de ayer no deben ni hablarse en los pasillos parlamentarios y son capaces de utilizar la energía necesaria para acabar con la debacle nacional en pugilatos internos de muy baja ralea. Incomprensibles para la mayoría y muy convenientes para un gobierno que pocos dudan que no sea abominable en grado sumo. No habría que olvidar que la Asamblea, maniatada y todo, representa el último refugio de la constitucionalidad perdida y tampoco que el gobierno que ha pateado todas las formas e instituciones democráticas si bien la ha maniatado y humillado no se ha atrevido a hacerla desaparecer, como deben ser sus más intensos deseos. Degradarla, como se ha hecho, no es pecado menor.

Hay síntomas de que este acontecimiento, solo aparentemente “uno más”, pudiese ser el parteaguas que divida sine die a las partes opositoras; una lista de pecadores imperdonables y las consecuentes respuestas no son buenos indicios. Y ya no se trataría de una cierta capacidad funcional de actuar cada quien a su leal saber y entender, pero sin olvidar que más cerca o más lejos hay un horizonte común que debe seguir allí y siempre allí, el buscar la manera más rápida e incruenta de salir de esta inenarrable pesadilla. Pudiese ser uno de esos divorcios endemoniados.

Quiero terminar diciendo que este es uno de esos artículos que no hubiera querido escribir nunca.


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