A lo largo de su carrera, Pedro León Zapata no dejó de pintar, dibujar y realizar caricaturas. Es indudable que sus habilidades excepcionales como caricaturista se beneficiaron en grado sumo de su condición de artista plástico bien formado. Esto último favoreció de modo tan determinante sus caricaturas que cualquiera puede apreciar la distancia que hay entre sus creaciones para la prensa diaria y las que también realizaban sus colegas en esa área. Pero hubo un momento en que el artista no se sintió conforme con lo que había hecho como pintor.

No extraña entonces que a partir de 1986 haya dado un fuerte impulso a su labor pictórica, lo cual se manifestó en el número de exposiciones realizadas hasta 1989. El singular hecho justificó que María Elena Ramos –reconocida crítico de arte venezolana– le preguntara, en la entrevista que le hizo en esa época, las razones de su trabajo más intenso con la pintura. La respuesta de Zapata no dejó de sorprender: “…No es que el placer de hacer caricatura sea menor, no es que el placer de hablar sea menor, sino que el placer de pintar ha adquirido una importancia tan grande en estos momentos que esos otros placeres han pasado a un plano diferente”.

18 años después de hacer la anterior confesión, fue mucha el agua que corrió por debajo del puente de la historia. Hugo Chávez, electo presidente de la República en 1998, se constituyó en factor determinante para que el país y su democracia involucionaran dramáticamente. En ese período de desasosiego, la caricatura de Zapata se convirtió en referente de la denuncia inteligente e instrumento cabal de ejercicio de la libertad democrática. Sus creaciones diarias para El Nacional adquirieron una densidad y contundencia renovada, expresándose a manera de convincentes minieditoriales que fueron formulados a través de dibujos siempre singulares (que incorporaron nuevos íconos: el mecate, el dedo todopoderoso, la cachucha militar, la cacerola, los boliburgueses, “La bicha”, el sapo, la boina roja, los variopintos personajes con charreteras, la espada, la bota militar, etc.), acompañados de frases o expresiones perspicaces que invariablemente desternillaban de la risa a los lectores del periódico y conturbaban a los líderes revolucionarios.

En ese particular contexto, Ramos lo entrevistó nuevamente y le recordó la respuesta anterior, resaltándole que durante el ejercicio presidencial de Chávez su caricatura había “adquirido una fuerza, un contenido y una razón de ser fundamentales para los venezolanos”. Zapata dejó entonces establecida, de una vez por todas, su opinión definitiva con respecto a su mayorazgo plástico: “…No sé si los cambios habidos en el país o cambios ocurridos dentro de mí son los que determinan, pero para mí es muy claro que de todo cuanto hago es la caricatura lo que me permite expresar de manera más cabal no solamente lo que yo pienso de lo que todos los días ocurre en el país, sino también lo que creo que, por lo menos en mi caso, debe ser el arte”. En las líneas que siguen trataremos de explicitar lo señalado por Pedro León.

En septiembre de 2005 se edita La mordaz mordaza de Zapata (Morales i Torres, editores, Barcelona, 2005). Es un libro que recoge una significativa selección de las caricaturas publicadas por el artista en los años inmediatamente anteriores. Tanto la portada como la contraportada registran a un sapo color verde, con enormes ojos que emergen como protuberancias en la parte superior de la cabeza. Su vestimenta pone de manifiesto que se trata de un insigne representante del estamento militar venezolano. Pedro León incorpora así, a su portafolio creativo, un nuevo personaje que tiene su equivalente en “Los camaleones” que aparecieron a comienzo de la IV República.

La carga simbólica que en Occidente se atribuye a este animal no puede dejar de señalarse: tiene un sentido negativo derivado de su aspecto poco agraciado; entre los celtas constituyó una representación de las fuerzas del mal, equiparable a la serpiente; la magia y la brujería medieval lo emplearon como personificación del demonio y sus poderes; y en el arte suelen aparecer como símbolos de lujuria, orgullo o avaricia.

Es precisamente por esa carga negativa que Octavio Paz lo incluye como metáfora en uno de sus poemas más memorables, que escribió en 1955: “El cántaro roto”. Es un poema beligerante, contestatario que irrumpe en medio de la aparente estabilidad del régimen político mexicano, instaurado por el PRI, y que su parte pertinente dice: El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la/ Virgen,todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al/ borde de la fuente cegada?/ ¿Solo está vivo el sapo,/ solo reluce y brilla en la noche de México el sapo/ verduzco,/ solo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?/ Tendido al pie del divino árbol de jade regado con/ sangre,/ mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,/ en los días de las grandes procesiones al frente del/ pueblo,/ apoyado en la cruz: arma y bastón,/ en traje de batalla, el esculpido rostro de sílex aspirando/ como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,/ los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al/ lado/ de su querida cubierta de joyas de gas neón,/ ¿solo el sapo es inmortal?

En realidad el “cacique gordo de Cempoala” es una figura emblemática en la historia de México (y también del resto de Latinoamérica): fue un aliado importante de Hernán Cortés durante el período de la Conquista que, como muy bien señala Enrique Krauze en su libro Redentores, reencarna una y otra vez en el inquisidor, el caudillo y el general revolucionario (solo faltan los bolichicos nuestros).

Surge entonces una pregunta inevitable. ¿Viene directamente de ese poema la caricatura del “sapo bolivariano”? Para el año en que el mismo fue escrito, Zapata se encontraba viviendo en México. No es difícil suponer entonces que el joven estudiante venezolano lo haya leído. Sea o no así, el acierto en la escogencia del personaje no puede ser más feliz y sus distintas escenificaciones como militares venezolanos del más alto rango son contundentes ratificaciones.

Nadie discute hoy que la caricatura tiene un rango indiscutido en el cada vez más ancho y largo campo del arte. Tampoco existen dudas acerca de la preeminencia que alcanzó Pedro León como caricaturista, colocándose a la par de nuestros más importantes artistas plásticos. Muchas de sus pinturas son realmente excelentes, pero donde su creatividad artística alcanza la condición de lo genial es con la caricatura. En ese campo es el mejor en Venezuela y está a la par de los grandes de América y el mundo, lo cual no es poca cosa.

(Con este texto rendimos homenaje a Pedro León Zapata, con ocasión de cumplirse cuatro años de su desaparición física, el próximo miércoles 6 de febrero).

@EddyReyesT


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