La lucha por la libertad de Ucrania legó el documental Winter on Fire, ejemplo y referente para la resistencia venezolana enfrentada al dictador Maduro. De la película de no ficción disponible en Netflix podemos extraer lecciones y conclusiones, adaptables a la situación del país, salvando las distancias.

Importante situar el análisis y la revisión del filme en su debido contexto. Desde ahí proponemos hacer un ejercicio de estudio comparativo, entre la realidad del largometraje y el caso de las protestas de Venezuela del año 2017.

En principio, la cinta surge de unas determinadas condiciones políticas, geográficas y culturales. Cinematográficamente, deriva de las raíces de la vanguardia soviética, de las sucesivas escuelas de ruptura, de la era del poshielo y de las diversas revoluciones audiovisuales de la Europa del Este.

De origen ruso, la sensibilidad de Evgeny Afineevsky, director de Winter on Fire, remite a la obra de Aleksandr Dovzhenko, el autor de la poética La Tierra.

En efecto, descubrimos dos conexiones estéticas. Número uno, la identificación con la imagen del pueblo oprimido y batallador, capaz de sublevarse ante la arremetida de una conjura de explotadores. La miseria, la pobreza, el hambre y la muerte activan la insurrección general contra la estructura de poder.

La segunda relación procede del campo de la inspiración lírica, necesaria para la respiración, sedimentación y decantación de los contenidos.

De repente el conflicto se detiene y la nobleza de los personajes entra en acción. De los escombros surge una artista espontánea, quien toca el piano delante de tirios y troyanos, robándoles el aliento y devolviéndoles la humanidad perdida en la confrontación.

La escena logra remover los sentimientos del espectador, reivindicando el valor de la civilización a merced de la barbarie de las bombas y de los grupos de choque. La música clásica purifica, invita a la catarsis y despierta un genuino espíritu de reconciliación, de paz y de esperanza.

Lástima, porque la Guardia Antinacional ni siquiera le da tregua al violinista Wuilly Arteaga en la línea de fuego.

A su vez, el armado de la narrativa de Winter on Fire alude a la creación de El acorazado Potemkin y su teoría del montaje intelectual. Ayer las ideas de Sergei Eisenstein sostenían una estructura de pensamiento dogmático al servicio de las causas del marxismo, el leninismo y el estalinismo. Ahora brindan respaldo a las ideologías flexibles y líquidas de la posmodernidad democrática. La edición empalma los planos de cerca de 30 cámaras. La tecnología digital fomenta la horizontalidad de las redes sociales. Por tanto, la masa ya no es testigo pasivo de los acontecimientos, sino los acelera con su participación activa a través de los medios alternativos.

Por ello, Winter on Fire representa una de las cimas de las creaciones colaborativas de la contemporaneidad.

Las tomas denuncian el atropello a los derechos y la violencia absurda de la represión, a golpe de metralla, rolos, palos, estruendos y gases.

El Estado distópico, en modo 1984, le declara la guerra a sus ciudadanos, cuyos cuerpos son martirizados por la fuerza militar. Como expediente de los años de plomo deben quedar los registros de los atentados perpetrados por la gendarmería oficial.

La tiranía emplea la metodología bélica de los infames ejércitos de ocupación de territorios anexados y de guetos acosados.

La segregación urbana evoca el apartheid surafricano y la balcanización medieval, organizada por los colectivos del terrorismo chavista. El Plan Zamora disfraza y camufla la intervención nacional, a cargo de los primitivos comandos de la OLP.

De regreso a la plaza Maidán, la oposición enfrenta a los mercenarios del sátrapa de Kiev durante más de 90 días. Los manifestantes buscan convencer a los policías de unirse a las filas de la insurgencia. Sin embargo, los empeños caen en saco roto. Hay un evidente parentesco con la reacción de los cuerpos de seguridad de Mubarak y Maduro. La complicidad en los actos de agresión y corrupció prolonga la agonía del régimen despótico, apertrechado por Putin, también socio de las tropelías de Nicolás, complotado con el injerencismo cubano.  

A la postre, la perseverancia rinde frutos. La rebelión depone a Viktor Yanukóvich tras la masacre del jueves sangriento. Los mercenarios del Estado asesinan a 80 civiles. El culpable huye como un cobarde para no enfrentar a la justicia.

La pantalla vislumbra un final feliz, consolador y discutible a partes iguales. Fuera del cuadro, los críticos exigen un tratamiento menos binario, parcializado y acorde con los hechos acontecidos después de la salida del dictador de Ucrania (la guerra civil del este, la anexión de Crimea a Rusia, la designación de un presidente traidor de los principios de la revolución). 

Naturalmente, los ciclos de las primaveras y los inviernos tienden a imbricarse. Por ende, conviene mantenerse alertas y no ser presas del triunfalismo efímero. De cualquier manera, le agradecemos a Winter on Fire la oportunidad de compartir un símbolo de plena vigencia, el del mundo resuelto a recuperar su autoestima y la posibilidad de soñar con un futuro distinto.


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