La imagen se regó por el Mundo y en pocas horas se convirtió en el símbolo de la lucha que escenifica el pueblo venezolano contra la oprobiosa dictadura que está en su fase terminal. La cobertura mediática fue además tan contundente que al líder máximo no le quedó otra alternativa que improvisar, días después, su hórrida sonata para piano con el claro propósito de sacarse el clavo con otro clavo. El resultado del desafuero está a la vista: se sigue hablando de Willy, al punto de que varios personajes de renombre internacional expresaron su deseo de obsequiarle un nuevo violín, lo que le permitirá –según las propias palabras del violinista de la libertad– ayudar a otros jóvenes y niños que necesitan el instrumento para sus estudios y prácticas musicales.

¿Qué sucedió para que un hecho heroico como tantos otros que se han escenificado en los últimos dos meses de protestas quede marcado en lo más profundo de nuestras consciencias? Antes de asomar una respuesta, haremos un breve resumen de lo acontecido.

El pasado miércoles 24 de mayo, como otras muchas veces, el joven Willy Aranguren asistió a una más de las tantas marchas que se han realizado en Venezuela con el propósito de restaurar el orden constitucional. Como en otras ocasiones, su arma de lucha fue un violín y su insistente interpretación del Himno Nacional donde se alude al “gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó…”. De esa manera particular, este joven venezolano, del mismo rango de edad de las 70 víctimas fatales que se han producido en estas refriegas por la libertad, se enfrentó a la bota ominosa de la represión.

Aunque fuera del país pueda causar extrañeza, a los que aquí vivimos no nos sorprende que el canto a la liberación irrite enormemente a los conmilitones del régimen, haciéndoles aflorar el odio y sus más bajos instintos. Se produce entonces lo previsible: que el escenario se transmute para una nueva representación de la lucha entre David y Goliat.

Del mismo modo que en un cortometraje, los hechos se desarrollaron como sigue. Un miembro enfurecido de la Guardia Nacional se desplaza en su poderosa máquina de dos ruedas hasta el sitio donde Willy realiza su interpretación sublime. Frente a frente, las acciones se ejecutan con rapidez, sin que ninguno de los dos sea capaz de meditar y anticipar las implicaciones de sus respectivos actos. Willy le grita “estoy tocando para ti, no me dispares”; y el guardia, destilando odio en su mirada, toma agresivamente el violín por las cuerdas y lo jala con fuerza para arrebatárselo. Por simple instinto, el joven músico se aferra a su instrumento en el mismo instante en que su represor arranca su moto, arrastrándolo sin compasión por varios metros. El intérprete no tiene más alternativa que soltar su apero musical. Sin perder el ánimo, se arma de coraje y adentrándose en las nubes de gases lacrimógenos enfila sus pasos hacia el punto donde se encuentra el resto de la tropa. Plantado frente a ella, pide con vehemencia que le devuelvan el violín. Sin que se produzca un segundo requerimiento, un miembro del componente camina hasta donde se encuentra el agresor, le quita el instrumento y procede a dárselo a Willy. En un gesto que enaltece su alto grado de civilidad, el músico le da un fuerte abrazo. Se retira entonces corriendo con su violín, seriamente averiado por la refriega, y sin poder contener el llanto por el daño ocasionado al instrumento.

A pesar del aparente triunfo del milico pendenciero, la actuación de nuestro David hace que él se lleve las palmas de la gloria. No sólo ha puesto en evidencia a la fuerza bruta del Goliat bravucón sino que ha hecho conocer al mundo entero el carácter civilista de las protestas. Si el guardia atacante hubiera actuado de forma distinta, el régimen habría proyectado una imagen de respeto y apego a la ley. Pero, tal y como lo prescribe el manual para la represión, la prepotencia y la violencia asociadas a la misma esencia del ser revolucionario tiene que imponerse. Por eso, la imagen de Willy llorando desconsoladamente por la agresión que sufrieron él y su instrumento musical se convirtió, en ese momento estelar, en símbolo poético del país.

Una explicación resumida del fenómeno anterior la podemos encontrar en los campos del simbolismo, la psicología, la poesía, el lenguaje y la filosofía, siguiendo los desarrollos de Carl Jung, Octavio Paz, Paul Ricoeur y Johann Hessen.

Así, en un ensayo de Jung (“Acercamiento al inconsciente”), incluido en su libro El hombre y sus símbolos, el psicólogo suizo dice que lo que llamamos símbolo representa algo vago, desconocido u oculto para nosotros. También indica que una palabra o una imagen es símbolo cuando representa algo más que su significado inmediato y obvio; de modo que ella aparece cuando hay la necesidad de expresar lo que el pensamiento no puede pensar. Eso, en nuestra opinión, podría explicar que el violín roto y el llanto impotente de Willy despierte en la mente de muchas personas el sentimiento de opresión que ha sufrido en los últimos dieciocho años, producto de la agresión revolucionaria.

Octavio Paz, en el ensayo El arco y la lira, no es menos categórico en su aproximación a la esencia de lo poético. De entrada, ahí resalta una situación singular: “Al preguntarle al poema por el ser de la poesía, ¿no confundimos arbitrariamente poesía y poema? (…) no todo poema —o para ser exactos: no toda obra construida bajo las leyes del metro— contiene poesía (…) Hay máquinas de rimar pero no de poetizar. Por otra parte, hay poesía sin poemas; paisajes, personas y hechos suelen ser poéticos: son poesía sin ser poemas. Pues bien, cuando la poesía se da como una condensación del azar o es una cristalización de poderes y circunstancias ajenos a la voluntad creadora del poeta, nos enfrentamos a lo poético”.

Del anterior párrafo es posible derivar una consecuencia obvia: la acción en que se involucraron el Guardia Nacional, Willy y su violín se transformó ante nuestros ojos en “metáfora viva” (el término es de Ricoeur), esto es, un icono que adquiere la consistencia de una materia. Y eso exactamente es la máxima expresión de la plenitud sensible, hecho que nos recuerda a la tradición bizantina, para la que el icono es una cosa.

Lo expuesto en estos parágrafos finales por los tres autores últimamente mencionados pone de manifiesto lo ya expresado por Hessen en la Teoría del conocimiento: cuando el racionalismo lo deriva todo del pensamiento y el empirismo todo de la experiencia, es menester acudir a los resultados de la psicología, que ha demostrado que el conocimiento humano es un cruce de contenidos de consciencia intuitivos y no intuitivos, un producto del factor racional y el factor empírico.

Concluyo así: aunque dudo seriamente que lo aquí planteado pueda ser entendido y asimilado por Nicolás Maduro y su círculo de poder, lo importante es que el resto de los venezolanos ahondemos un poco más allá de los simples hechos. Esa mirada profunda nos hará más conscientes y mejores ciudadanos, a la misma altura de nuestro nuevo héroe: Willy Aranguren.


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