Originalmente mi artículo de hoy, bajo el título “Consummatum est”, estaba referido a la elección de gobernadores del pasado 15 de octubre. Al empezar a tomar algunas notas sobre lo acontecido y revisar las experiencias pasadas, no pude evitar releer el texto que reproduzco a continuación y que está contenido en mi libro, aun sin publicar, “Zapata y la caricatura: un ejercicio de libertad”, el cual escribí entre marzo de 2010 y agosto 2013. Estoy seguro de que, al leerlo, ustedes apreciarán su pertinencia.

Elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012. Henrique Capriles realizó una campaña épica, que lo llevó a visitar y recorrer a pie los más recónditos poblados de la geografía nacional, haciendo énfasis en el contacto directo con los habitantes de las zonas marginales más vinculadas al chavismo. Por el contrario, Chávez se limitó, por causa de su enfermedad, a visitar las ciudades más importantes del país, donde se desplazaba siempre en carroza. Esa realidad lo impulsó a abusar de las cadenas de radio y televisión, como una manera de copar con su imagen y palabra los espacios en los que no podía presentarse personalmente. Junto con lo anterior, toda la estructura del Estado brindó apoyo desmedido (económico y logístico) a su actividad proselitista.

Aun cuando siempre se mostró seguro de ganar las elecciones, el presidente no perdió oportunidad de bajar hasta lo excrementicio en sus ataques al candidato opositor. En la graduación de la I promoción de médicos integrales que se realizó en el polideportivo José María Vargas, en Maiquetía, dijo sin sonrojo: “Una de mis tareas, señor majunche, será quitarte la máscara. Majunche, por más que te disfraces, majunche, tienes rabo de cochino, orejas de cochino, roncas como un cochino; eres un cochino”. Aunque tales comentarios le podían parecer “graciosos” y hasta causar risa a la mayoría de sus fieles acólitos, para Chávez tenían una significación más que obvia. La periodista Milagros Socorro se encargó de poner todo en claro, en su columna de El Nacional: era sencillamente una alusión al hecho de que Capriles proviene de una familia de judíos conversos, que en España son llamados marranos. Por eso Socorro concluyó su nota con un contundente señalamiento: “Así se ha degradado la revolución que se autodenomina bolivariana” (Socorro, Milagros, “Vergüenza”, El Nacional, domingo 13 de junio de 2012).

Frente a la desigual lucha, los factores de la oposición no perdieron nunca la esperanza de alcanzar la victoria. Pero los resultados oficiales se encargaron de decir la única verdad: Chávez obtuvo el apoyo de 8.191.132 electores (55,07%) y Capriles consiguió el respaldo de 6.591.304 votantes (44,31%), según el CNE. El nivel de participación fue uno de los más altos en este tipo de contienda: 80,49%. Pese a las caras largas, para la oposición fue un avance cualitativo de gran significación.

Para muchos opositores los resultados resultaban inexplicables si se tomaba en cuenta el enorme respaldo de calle que tuvo la campaña de Capriles, tanto en las grandes ciudades como en las más pequeñas poblaciones del interior. Mas, según algunos expertos, no se podía hablar de fraude en un sentido formal. La respuesta al acertijo tenía una explicación técnica que fue expuesta en la investigación desarrollada por Corrales y Penfold:

“Chávez también descubrió el beneficio de acometer irregularidades en vísperas o después de las elecciones, en lugar de hacerlo el día de la votación. Esta peculiar conducta en la forma de maniobrar funciona por varias razones. Primero, la comunidad internacional no está lo suficientemente bien preparada como para vigilar y menos sancionar las irregularidades pre y poselectorales. Segundo, tales irregularidades dividen a la oposición. Un lado de la oposición adopta la respuesta de ‘salida’ (como famosamente lo explicó Hirschman): absteniéndose o haciéndole un boicot a las elecciones. El otro lado decide participar, negociar con el oficialismo y hasta votar. Esta división del electorado le conviene a los mandatarios: fragmenta a la oposición, lo que reduce su oportunidad de vencer al gobierno; mientras que aquellos de la oposición que participen, terminan por legitimar el proceso electoral (Corrales, Javier y Penfold, Michael, Un dragón en el trópico, La Hoja del Norte, Caracas, 2012, pp. 62 – 63)”.

Esas irregularidades en la víspera y después de las elecciones tienen, por supuesto, manifestaciones específicas: los diferentes órganos y entes del Estado apoyan abiertamente al candidato oficial en los procesos electorales, sin que los órganos de control sancionen a los responsables de tales prácticas; se compra descaradamente solidaridad y votos bajo el amparo de las políticas sociales y las misiones (mientras la oposición compite por los votos solo con palabras, el gobierno lo hace con dinero y palabras); se limitan los recursos presupuestarios a las gobernaciones y alcaldías controladas por la oposición; se aprueban normas electorales que garantizan que los resultados sean desproporcionados a favor de los candidatos del régimen; se limita el tiempo de la propaganda opositora en los medios de comunicación, mientras que el gobierno abusa abiertamente del tiempo de las suyas por la vía de “cadenas de radio y televisión”; se copan los cargos de la administración pública con adeptos incondicionales y se limita el acceso de personas vinculadas a la oposición (lista “Tascón”), lo que constituye una violación de derechos aberrante.

A pesar de los abusos, Chávez no ha podido asegurarse el apoyo incondicional de un sector importante de los más pobres. Eso quedó demostrado con el significativo caudal de votos conseguido por la oposición en las elecciones del 7 de octubre que fue mucho más allá de los estratos que conforman las clases alta y media. Ese solo hecho evidencia que se ha avanzado por el camino correcto. Si se mantiene la constancia, más temprano que tarde se verán los frutos. De acuerdo con los números anteriores, solo 799.914 votos separaron a la oposición del oficialismo. Adicionalmente, hay una realidad que no se puede obviar. En el aquí y el ahora, Hugo Chávez iniciará un nuevo ciclo, a partir de enero de 2013, con la incógnita que deriva de su verdadero estado de salud, un imponderable que está ahí y que solo el tiempo dilucidará. El poder no es eterno y él más que nadie tiene conciencia de eso. Además, la máxima es tajante: “Quien mucho ha recibido, mucho puede perder”. La voluntad de Dios es tornadiza, y no nos es dado entender los caminos de Su justicia. Así, mientras el panorama se despeja totalmente, el juego político y la dinámica histórica continúan ajenos a los deseos de los participantes. Es lo factual lo que realmente cuenta.


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