De un tiempo a esta parte se ha impuesto el término “biopic”, aleación de “biography” y “picture”, para referirse a aquellas biografías fílmicas y marcar distancia con sus precursores literarios. Más importante es la forma que tiene el cine de apropiarse de un género dándole un nombre. Toda biografía, verdad de Perogrullo, remite al pasado, pero con ellas, y especialmente con la oportunidad en que son llevadas a la pantalla, ocurre lo que con las utopías. Dicen mucho menos sobre el mundo, imaginario o pasado que buscan describir, y mucho más sobre el mundo en que nacen, a la vida literaria o a la gran pantalla.

No es de extrañar entonces que aparezca un muy merecido “biopic” sobre la hoy casi nonagenaria, icónico miembro de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, Ruth Bader Gingsburg. Nacida en Brooklyn en una familia judía de pocos recursos, Bader Gingsburg puede exhibir varios logros personales y profesionales. No es poca cosa ser admitida en la escuela de leyes de Harvard, y mucho menos en 1956, y luego tener una destacada carrera legal, judicial y académica que la llevará en 1993, en plena administración Clinton, a la Corte Suprema. Gingsburg encarna el mejor espíritu liberal americano y pasará a la historia por haber comenzado el desmontaje de las leyes federales que toleraban (más bien promovían) la discriminación contra la mujer. No es de extrañar entonces que cuando un macho alfa lidera la manada conservadora, el espíritu liberal de la muy californiana Hollywood salga a dar la pelea.

El quid de la historia está en el valor de la jurisprudencia en el derecho anglosajón. Todo juez juzga de acuerdo no solo con las leyes, sino y muy especialmente de acuerdo con los casos anteriores sobre el mismo tema, siguiendo la línea de opinión legal establecida en ellos. Alguien ha descrito al juez en este predicamento, como un esclavo del pasado y un tirano del porvenir. Ocurre a veces que la sociedad ha evolucionado haciendo la ley obsoleta y para destrabar el impasse, una revisión, en un juzgado de mayor nivel se impone, con lo cual nace una nueva jurisprudencia.

La película toma las etapas iniciales de la carrera de Gingsburg, que van desde 1956 hasta 1971 y delinea dos áreas de interés. La primera exclusivamente biográfica tiene que ver con su ascendente carrera, su determinación a prueba de balas y su indoblegable capacidad de trabajo, factores que hacen de ella una esquemática superheroína capaz de vencer el cáncer del esposo, levantar una familia y ningunear al establishment académico de la muy elitesca Harvard. Es la faceta más convencional y menos interesante de la película que hace a la protagonista una cuasi santa, si no fuera por su seriedad y una cierta rigidez que el libreto es capaz de conceder a ese aura de perfección que parece rodearla.

Hay otra faceta, mucho más árida narrativamente, que el libreto sortea con mayor felicidad. ¿Cómo derribar a un paquidermo jurídico que todavía cuenta con el apoyo del “establishment” y el visto bueno de la cosmovisión cultural de la América profunda que ha llevado a Nixon a la Presidencia? La historia se desarrolla a fines de los sesenta y principios de los setenta, aquellos lejanos tiempos en que la grieta de los tradicionales valores se ensanchaba, con lo cual el terreno para una revisión estaba fértil. Quedaba el tema de la oportunidad que se presenta de la forma más inesperada a través de un tecnicismo impositivo.  Un hombre soltero que cuida a su madre no puede deducir el gasto de una enfermera en sus impuestos porque, este privilegio está reservado exclusivamente a quienes deben cuidar la retaguardia doméstica: las mujeres. Si todos somos iguales ante la ley, algo chirría en el sistema. En este plano el libreto se mueve con singular inteligencia y la brillante mente legal de la muy sufrida Gingsburg sale al ruedo en toda su fiereza. Una llave de judo brillante: denunciar la discriminación contra las mujeres en base a una discriminación contra un hombre.

Sobre la base del sexo es la traducción correcta del título original y esconde una ironía mordaz. La frase alude a varios pasajes del alegato principal de Gingsburg y la secretaria encargada de pasarlo a máquina hace notar que la palabra “sexo” tiene connotaciones poco deseables en una corte. Se abre paso entonces la muy políticamente correcta palabra “género”. Es un filme irregular que deja abierta la incógnita sobre la verdadera personalidad, de seguro apasionante, de Ruth Bader Gingsburg. En todo caso un homenaje merecido de parte de esa Norteamérica liberal que vive y lucha.

Es un largometraje que hace nacer la envidia, la más sana de las envidias por aquellos países en lo cuales las instituciones y la ley se respetan.

La voz de la igualdad(On the basis of sex). Estados Unidos. 2018. Directora: Mimi Leder. Con Felicity Jones, Justin Theroux, Kathy Bates, Sam Waterston.


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