Todos sabemos que la incursión en el panorama político español de ese grupo de jóvenes que fueron financiados por el chavismo con la firme intención de contar con un aliado político en Europa, ha terminado siendo un revulsivo que ha ido erosionando el tradicional bipartidismo que dominaba la política española hasta hace poco.

Fundado tras las acampadas que se sucedieron en el centro de Madrid el 15 de mayo del año 2011, Podemos sorprendió a todos cuando obtuvo 5 diputados en las elecciones europeas del año 2014 y 69 en las elecciones generales del 2015. Pero al tiempo que ese grupo antisistema comenzaba a crecer en España, ampliando su radio de acción y arrastrando en ello incluso al PSOE, ha ido prosperando igualmente un sentimiento de hastío ante el lenguaje «políticamente correcto» que se ha tratado de imponer por todos los medios;  un continuo rechazo a la actuación de los colectivos que animan a los padres de adolescentes a cambiar su orientación sexual a convivencia; una desconfianza ante ciertos grupos sociales que desconocen las costumbres del país escudándose en modas ambientalistas, o  que reniegan de su propio idioma y su cultura, defendiendo –para más inri– la independencia de algunas regiones del territorio español. En resumidas cuentas, ha surgido una gran inquietud ante una serie de manifestaciones ciudadanas que ponen en peligro los valores de la familia tradicional y que, a fuerza de relativizarlo todo, se han erigido en un corsé tiránico para muchos otros grupos de individuos, como, por ejemplo, los heterosexuales, los católicos o los nacionalistas.

Ese descontento con el curso que han ido tomado los acontecimientos a partir, sobre todo, de la moción de censura que se le hizo al presidente, y con la posterior dictadura mediática de las izquierdas, implantada desde esa época en casi todos los canales televisivos –tanto públicos y privados–, se ha encarnado en un conjunto de ciudadanos que se sienten burlados por un Mariano Rajoy que dejó que tomaran cuerpo tanto Podemos como los grupos independentistas; un timorato Rajoy que, a pesar de sus continuos llamados a que confiaran en él, llegado el momento los abandonó y permitió, con su obstinada posición de no renunciar y llamar a elecciones, que el nuevo PSOE, liderado por el inefable Dr. Sánchez, se hiciera con el poder. Esos ciudadanos tampoco terminan de identificarse con el partido de Albert Rivera –la otra alternativa liberal conservadora–, pues aunque este ha sido un firme defensor de la integridad de España, desconcertó la posición que tomó en Cataluña cuando, a pesar de haber ganado las elecciones, no hizo ningún intento por formar gobierno y poner al descubierto una vez más a los independentistas.

Son todos estos individuos los que, sin embargo, ven en Vox el partido que ha venido a sacarlos de esa soledad en que los ha dejado el Partido Popular, y en su presidente, Santiago Abascal, el dirigente que no se arredrará ante los difíciles tiempos por venir. Ese partido político cuenta en sus filas, además, con Ortega Lara, un conocido secuestrado de ETA, un emblema de una España resentida y fanática que muchos quieren dejar atrás definitivamente. Por si esto fuera poco, los inmerecidos ataques que ha sufrido desde todos los rincones del espectro político español, al contrario de lo que se esperaba, han hecho que esa agrupación política haya crecido de forma sostenida desde su fundación a finales del año 2014. Es gracias a todo ello por lo que Vox se ha convertido en la gran protagonista de los resultados de las recientes elecciones de la comunidad de Andalucía.

Por su parte, los venezolanos que ahora viven en España abrigan la esperanza de que partidos como este sabrán oponerse frontalmente a que las instituciones democráticas fundadas con tanto esfuerzo en ese país no se entreguen sin chistar a un proyecto totalitario, tal como se hizo lamentablemente en Venezuela cuando un atajo de irresponsables situados en el Poder Legislativo y Judicial sucumbieron a las  bravuconadas del teniente coronel  ya fallecido.


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