El populismo consiste en la distribución de beneficios y dádivas que no son producto del trabajo. Es el reparto de bienes que no han sido producidos. Cuando el populismo se junta al autoritarismo, los efectos son devastadores. El caso venezolano es un buen ejemplo de ello. El populismo es variado y tiene distintas modalidades según el estilo de cada régimen, pero en todos hay un elemento común: la dádiva con propósitos electorales.

El premio Nobel de Literatura Octavio Paz escribió un ensayo titulado el Ogro filantrópico en el que reflexiona sobre el sistema de dádivas y complicidades que reinó en México con el Partido Revolucionario Institucional. Este sistema alimentó el poder totalitario del estamento político mexicano. “En un régimen de ese tipo el jefe de gobierno -el príncipe o el presidente- considera al Estado como su patrimonio personal. Por tal razón, el cuerpo de los funcionarios y empleados gubernamentales, de los ministros a los ujieres y de los magistrados y senadores a los porteros, lejos de constituir una burocracia impersonal, forman una gran familia política ligada por vínculos de parentesco, amistad, compadrazgo, paisanaje y otros factores de orden personal”.

Lo dicho por el gran escritor mexicano es trasladable a Venezuela. Sus reflexiones dirigidas al PRI ahora son aplicables al PSUV. Pero en nuestro país hay un elemento que no pudo imaginar el poeta, pese a su enorme imaginación: que se pudiese amalgamar el clientelismo y la dádiva por medio de un carnet. Es lo que ocurre con el carnet de la patria. Se pretende reglamentar la dádiva mediante una identificación obligatoria que discrimina entre los venezolanos, y que permite controlarlos con fines electorales.

Poseer un carnet de la patria es asegurarse una ristra de beneficios que no se fundamentan en el trabajo sino en la “generosidad” del gobernante. Desde una bolsa CLAP hasta la posibilidad de obtener un crédito para un automóvil. En las redes hay denuncias de personas a quienes se les ha exigido el mencionado carnet para obtener atención médica ¡y hasta para cobrar la pensión!

Pero el asunto sube de tono con el control que se desea ejercer por medio de este carnet. El voto es un derecho que se ejerce en libertad y no puede estar sometido a ningún control. En Venezuela, pese a los abusos cometidos por algunos sectores partidistas en el pasado, no se había llegado a estos extremos.

De acuerdo con la Constitución, el sufragio es un derecho y se ejerce “mediante votaciones libres” (artículo 63); pero no puede ser libre si se impone un control por medio de un carnet. Es posible que en las elecciones municipales se haga un ejercicio para controlar el voto por medio de esta estratagema. La lógica es sencilla: “Te doy medicinas y comida si sacas el carnet de la patria y a cambio me das tu voto”. Por eso, hay que protestar que se relacione el carnet de la patria con el ejercicio del voto; de lo contrario el mismo no se ejercería libremente.

En las redes y en la prensa se reportó que en las elecciones del 15 de octubre en el estado Aragua el CNE se permitió el voto con el carnet de la patria, en lugar de la cédula de identidad. Este carnet no es un documento de identidad y su uso es discriminatorio y, por lo tanto, inconstitucional.

La naturaleza peculiar del Estado totalitario explica el deseo de controlar la vida de las personas. El control es aún más eficiente si se ejerce dominando sus necesidades básicas, como comida y medicamentos. Pero esto no es suficiente y el riesgo de que se controle también el voto por medio de este sistema, impedirá definitivamente una elección libre, como lo predica la Constitución.

El destino de Venezuela como país viable requiere salir del esquema de dádivas que critica Octavio Paz en su citado ensayo. El carnet de la patria expresa de manera ancilar o simbólica este mecanismo de control que pretende vincularse con el voto. Estas reflexiones deben llevar a los negociadores de República Dominicana a exigir al régimen la eliminación del carnet de la patria y su utilización en las elecciones.


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