El gran hecho político hoy en Venezuela no es la confrontación entre la oposición democrática y la dictadura que gobierna. El acontecimiento más significativo es la pugna que se escenifica entre los propios opositores con respecto a la mejor manera de confrontar al régimen este domingo 20 de mayo. Unos insisten en ir a votar, ya que es la única alternativa que tenemos disponible en este momento, y otros consideran que abstenerse es lo conducente, toda vez que no hay garantías ni condiciones objetivas para unas elecciones transparentes.

He leído y oído con particular cuidado y sin posiciones preconcebidas lo que han escrito o declarado figuras connotadas del país que se identifican con una y otra posición. Sin pretender entonces una reseña exhaustiva al respecto, procederé a resumir, a grandes rasgos, los argumentos fundamentales de cada parcialidad.

Según los partidarios de ir a votar, Nicolás Maduro es un gobernante que ha extremado las prácticas autoritarias de Hugo Chávez. No obstante eso, ellos están convencidos de que es posible derrotarlo a través de la única vía que los demócratas tienen en sus manos: el sufragio. Ante ese escenario, estiman que hay que aceptar la realidad de que no hay espacio en el país para paros insurreccionales, huelgas generales indefinidas o una actividad subversiva de largo aliento. Además, consideran que los partidos han perdido mucho de su carisma y un número importante de los dirigentes opositores fundamentales han sido eclipsados porque están inhabilitados, presos o desterrados. Entonces, solo queda un terreno que le resulta incómodo al gobierno: las elecciones. En tal sentido, ellos enfatizan que no puede perderse de vista que los triunfos obtenidos por la oposición el 2 de diciembre de 2007, con ocasión de la reforma de la Constitución que propuso Chávez, así como en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, son pruebas palpables de que a las dictaduras se les puede vencer.

De acuerdo con los que creen que no se debe votar mañana, las enseñanzas que precisamente se derivan de lo ocurrido en 2015, después de las elecciones parlamentarias, deberían ser útiles. Ciertamente, tras la victoria de la oposición, los parlamentarios afectos al gobierno actuaron contra legem y procedieron a designar nuevos magistrados del Tribunal Supremo de Justicia para asegurarse así su control absoluto. Adicional a lo anterior y otras acciones dislocadas, el 1 de mayo de 2017 Maduro procedió a aprobar un decreto en el que se establece la convocatoria de una asamblea nacional constituyente que posteriormente fue elegida en forma fraudulenta. Su verdadero propósito no fue otro que socavar las competencias de la Asamblea Nacional controlada por la oposición, pero también limitar de la manera más amplia las competencias de un presidente opositor. De modo que si Henri Falcón resultara victorioso en la contienda electoral de mañana, solo obtendría “una silla hueca”. Esa realidad hace que la elección a escenificarse no sea más que un evento incierto, un ignis fatuus.

El hecho mismo de que ambos puntos de vista cuentan con seguidores incondicionales, hace que el enorme poder y fuerza de la oposición se debilite sustancialmente frente al candidato dictador. Por eso es perentorio que las brechas que ahora están abiertas se zanjen prontamente.

He conversado sobre el asunto que hoy nos atañe con muchos amigos y familiares, todos partidarios de la democracia. La mayoría de ellos están ganados por la tesis de no votar. Pero hay un grupo menor, desesperado por las penurias que enfrentan cada día, que ven la candidatura de Falcón como un salvavidas. He respetado sus puntos de vista y los he animado a que actúen conforme a sus conciencias porque yo, después de meditar profundamente sobre el dilema que nos confronta y decidir que no votaré mañana, no me siento poseedor de una verdad absoluta. Sin doblez alguna respeto y apoyo a los opositores al régimen que no piensan como yo. A todos ellos les reitero de modo rotundo: el contrincante está al frente, no a nuestro lado.


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