Es evidente que en el seno de la oposición venezolana existen visiones contrapuestas. Algunos proponen avanzar con base en negociaciones y diálogo, en busca de posiciones que al final sean determinantes del cambio. En este camino se inscriben dos temas claves: la unidad y el camino electoral.

Otros argumentan que la única salida frente a la revolución socialista es derribarla por completo. La importancia de la unidad se desvanece, quizás como rezago de la fobia marxista hacia las soluciones electorales y su afán de dividir los pueblos en clases antagónicas e irreconciliables. Competir electoralmente con una revolución marxista sería una inutilidad; incluso, si se gana, no sería más que tomar una posición inocua para la revolución. El principal argumento de los desconocedores de la vía electoral y de la unidad es repetir que los votos solo valen en democracia, donde exista Estado de Derecho.

En el fondo de esta tesis subyacen algunos mitos que debemos reconocer. Sabemos que Marx nunca llegó a describir la sociedad socialista. Propuso acabar con la expropiación de la plusvalía generada por el trabajo, al eliminar la propiedad de los medios de producción. El Estado desaparecería como árbitro en la lucha histórica entre el capital explotador y el trabajador explotado.

Ante este vacío doctrinario coexiste un ramillete variopinto de “revoluciones”. La más fuerte, la Unión Soviética, logra subordinar 15 países y se erige como una potencia en manos de un Estado dueño de todo, incluyendo el alma humana. Su gran esfuerzo: instalar una industria pesada a costa del hambre del pueblo.

Otras versiones, como la revolución de los Khmer Rouge en Camboya, se inician instaurando «El año cero». Vale decir, “construir el hombre nuevo y purificar la sociedad”. La cultura occidental, el capitalismo, la religión y todas las influencias externas fueron exterminados en pro de un socialismo campesino endógeno. Los medios de comunicación y las empresas cerradas; el dinero, prohibido; la autoridad paternal, anulada. La familia se consideró como una célula opuesta y resistente al poder absoluto del partido, concentrado en la sumisión y dependencia total del individuo frente al Estado. La educación devino en responsabilidad exclusiva del Partido Comunista o “Angkar”.

Castro en Cuba, integra y combina la liberación, la democracia, la emancipación y el socialismo, conceptualizados como “pilares fundamentales en la construcción de un mundo más justo”. En la práctica, fusilan, cierran los medios de comunicación, estatizan todo por la ley 890, destruyen el aparato productivo y solo atinan a valerse de las “ayudas” de la Unión Soviética, primero, y de Venezuela, luego, para no morir de hambre. En Cuba no queda ni industria ni agricultura.

En el plan de la patria se exponen metas muy distintas a los soviéticos, camboyanos o cubanos. Plantean Venezuela como país potencia, lograr el equilibrio del Universo, la paz planetaria y salvar a la especie humana. Esta versión del socialismo omite a los venezolanos, cuál sería su papel en esta epopeya estratosférica. Hoy morimos de hambre.

Las revoluciones socialistas se sustentan en el miedo. Pueblos enteros gobernados por el terror, paralizados por la represión, con escasas posibilidades de luchar al interior de sus sociedades para enfrentar al totalitarismo. Eso eran Stalin, la KGB, la Stassi, Pol Pot, Mao Tse Tung, Fidel y Chávez. Al final caen estrepitosamente, dejando estelas de pobreza y genocidios.

Concebir el socialismo como un sistema homogéneo, con reglas de juego precisas, sin grietas, es negar la historia. En 1989, en Polonia, el reformista Lech Walesa gana las elecciones y asume el poder. En 1991 los rusos eligen por primera vez a su presidente: Boris Yeltsin. Países socialistas donde el Estado de Derecho brillaba por su ausencia.

Negar el poder del voto porque “no es una regla de juego de la revolución” es profundamente cuestionable, las revoluciones socialistas pueden ser o pretender ser cualquier cosa, lo único que las identifica es su afán totalitario basado en el uso de la violencia y represión.

El socialismo ha sido vencido por la fuerza de la libertad en todas partes. Entre nosotros, es posible si vencemos el miedo, superamos las equivocaciones y multiplicamos instrumentos: el reclamo mundial ante la violación de derechos humanos, la vía electoral, la protesta por el hambre y la represión. Pero sobre todo puede derribarse con la unidad, el bien más preciado al cual debemos concurrir con humildad y muchos deseos de libertad.


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