El 10 de enero de 2019 es sin duda un punto de inflexión para el gobierno de Maduro. Los resultados electorales del 20 de mayo de 2018, según los cuales se daría inicio a un nuevo período presidencial, no cuentan con el reconocimiento ni de las fuerzas democráticas venezolanas ni de parte importante de la comunidad internacional; 46 países cuestionan la legitimidad de su nueva presidencia.

El aislamiento internacional de su gobierno ha sido creciente. El Grupo de Lima, del cual forman parte la mayoría y más importantes países de la región, la Unión Europea y Estados Unidos han venido actuando de forma sistemática y mancomunada en búsqueda de la restitución de la democracia. El motivo mayor ha pasado a ser el desproporcionado éxodo de venezolanos que ha trastocado a los países vecinos. Son conocidas las gestiones de distinta envergadura realizadas por estas naciones que abarcan desde declaraciones hasta sanciones económicas hasta ahora a funcionarios gubernamentales, y más recientemente amenazas de retiro de embajadores si tiene lugar la previsible instalación de un nuevo gobierno de Maduro.

Lo que sí resulta desconcertante es que aliados incondicionales y gorreros hasta hace poco como Pablo Iglesias, líder del partido Podemos, independientemente de las razones que lo hayan motivado, se hayan pronunciado sobre la “nefasta” situación que se vive en Venezuela. Igual sucede con las críticas, estas más recatadas y puntuales del detestable Rodríguez Zapatero hacia las políticas públicas de su amigo, a quien recomienda la necesidad de aplicar medidas liberalizadoras.

Esta inocultable urgencia de resolver la grave crisis venezolana pone sobre el tapete distintas opciones. La que cuenta con el  mayor respaldo de buena parte de las fuerzas políticas y sociales venezolanas así como de la comunidad internacional es la salida negociada, pero no olvidemos la resistencia que genera en algunos sectores por la recientemente frustrada y prolongada experiencia de Santo Domingo. Fracaso que se procuraría solventar sobre la base de decisiones concretas y no de promesas.

Como era de esperarse, la cúpula gubernamental aferrada al poder evade esta solución y continúa actuando con sordera y arrogancia sin dar ninguna señal de rectificación, en lo que parece un sobredimensionamiento de sus posibilidades de surfear la tragedia nacional anclada en el apoyo de la cúpula militar y los poderes públicos que controla.

Parte de esta estrategia es minimizar la trascendencia del creciente aislamiento internacional. De esta manera se mofa de la peligrosa amenaza de varios gobiernos de retirar sus embajadores después del 10 de enero, porque cuenta con algunos nuevos y rudos amigos. Para demostrar que no está solo continúa ofertando las riquezas del país a acicalados dictadores. De todas estas demostraciones la que más ruido ha hecho es la visita de 2 bombarderos rusos que quizá apareció en la fantasía de los jerarcas venezolanos como una réplica de la crisis de los misiles de 1961, pero que los rusos explicaron como un ejercicio militar de rutina y que, según se comenta, fueron retiradas más rápidamente de lo previsto por exigencia del gobierno de Estados Unidos. Lo que hace pensar que los deseos expansionistas de esos mandarines no encuentran la confianza necesaria en una alianza con un gobierno maula y fracasado como el venezolano

Otra carta dentro de esta jugada es el intento de resucitar la ALBA con la realización de la XVI Cumbre de esa organización la semana pasada en La Habana que como era de esperarse ratifica su apoyo al presidente Nicolás Maduro y a su nueva gestión, pero esa asociación ideológica no deja de ser un despojo a estas alturas.

Tal parece la disposición de las piezas para tan simbólica fecha. Además de rezar, toca actuar para encontrar una salida.


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