Cuando la política no se fundamenta en la verdad, no conduce a la liberación ni permite que se le deposite su confianza cuando se tergiversa el espíritu y propósito de una expresión ciudadana –la del 16 de julio– que para nada estuvo motivada por la posibilidad de ir a unas elecciones regionales. Todo lo contrario, se planteó como la ratificación de un mandato, así como para corroborar lo que ya se sabía, que el régimen era ilegítimo, que nadie creía en su validez y que correspondía a los ciudadanos el derecho de revocarlo.

No se puede entender el sentido de lo ocurrido esa fecha sin vincularlo con lo que tres días después fue presentado al país. El compromiso unitario para la gobernabilidad cuyo primer párrafo decía nada menos que: “Cuando un país se decide a cambiar, no hay fuerza que pueda detenerlo. Por tanto, el cambio político en Venezuela no solo es indetenible sino inminente. La Unidad Democrática, como representación política organizada de los demócratas venezolanos, ante la certeza de la proximidad de un cambio en la dirección del país, ha llegado a un compromiso unitario para facilitar la gobernabilidad, la eficiencia y la estabilidad del venidero gobierno de unidad y reconstrucción nacional”. ¿Qué ocurrió entre el 16 de julio y el presente? ¿Quién decidió un viraje táctico tan radical e inconveniente? ¿Quién dejó a la ciudadanía frustrada y abandonada de dirección política consistente?

Los ciudadanos están consternados por el cambio del discurso y de la acción. Ahora todo pasa por el tamiz de unas elecciones regionales donde no hay mínimas garantías de transparencia, y respecto de las cuales los partidos han tenido que pagar el alto costo de comprar como buenas unas condiciones inaceptables, entre ellas la legalización írrita de algunos partidos políticos complacientes, habiendo dejado perder la enseña de la Unidad, la tarjeta de la MUD, que abrigaba a la gran mayoría, que solamente se siente cómoda si se respeta su independencia y si no la obligan a optar por colores y consignas con las que no están de acuerdo.

El irrespeto al ciudadano no se limita solo a la malversación de sus esfuerzos. Va más allá cuando la insatisfacción y los desacuerdos sobre el curso de la política, y sus impactos sobre la vida de la gente, se reducen al adjetivo calificativo del abstencionismo, al que culpan de ser el principal saboteador de una jugada que dicen ser perfecta. No hay política que sea buena si se descalifica al que piensa diferente, y quiere anular al que se atreve a deslindarse del pensamiento de la mayoría. No es bueno el liderazgo que sataniza al ciudadano y lo ofende en lugar de argumentar. No edifica el liderazgo que se sustenta en la ofensa y en la mentira. La realidad política a veces no cabe en el significado de una frase altisonante.

Los ciudadanos venezolanos valoran la congruencia. Nosotros decidimos no acompañar a los partidos en esta decisión que solamente provoca pérdidas del flanco democrático y ganancias al flanco autoritario. La participación es una mala decisión que provoca en la Unidad Democrática pérdida de credibilidad y respaldo. Ellos, los del régimen, ganan tiempo y legitimidad. Nosotros perdemos seriedad y conexión con los ciudadanos. Ellos ganan la estabilización de su fraude constituyente. Nosotros nos conformamos con espejismos que pronto serán defraudados por el trapiche represivo, tal y como ha ocurrido con 11 alcaldes y con más de 600 venezolanos que sufren cárcel y represión. Decir que nosotros, los que tenemos razones muy válidas para disentir, coincidimos con el régimen para inhibir la concurrencia a esas elecciones, es una declaración inaceptable por ser falaz. Insistir en que la razón de fondo de los que disentimos es que carecemos de partidos y candidatos, es reducir la política al improperio, como si de un partido de naipes se tratara.


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