Algo está cambiando en el espectro político latinoamericano con la inusitada velocidad del rayo; el mapa social y político del continente experimenta nuevos e inéditos trazos en sus líneas fundamentales. La izquierda política latinoamericana evidentemente tiene el sol en la espalda y acusa el más hondo y enérgico rechazo de las sociedades de sus respectivos países. Los bastiones del viejo y trasnochado izquierdismo continental se están desmoronando y viniéndose abajo cual castillo de naipes. La izquierda resultó, a la postre, un “gigante con pies de barro” o, mejor dicho, “un tigre de papel”, como tal vez le hubiera gustado decir a Mao Tse Tung.

El otrora poderoso y convincente fenómeno neopopulista argentino denominado “kirschnerismo” ha hecho aguas y está severamente comprometido en sus bases ético-políticas, que amenazan seriamente con desaparecerlo de la escena política argentina. Igual suerte le ha ocurrido al “lulismo” del Partido de los Trabajadores de Brasil con su más emblemático tótem político, José Inacio “Lula” Da Silva, hoy sentenciado a cárcel por gravísimos hechos de corrupción. Pero el asombroso caso de Venezuela es la más patética expresión del holocausto latinoamericano del siglo XXI.

Bastaron dos décadas para que la sociología y la ciencia política latinoamericana constataran, desde la dimensión teórico-metodológica, la radical inviabilidad e impertinencia del discurso y la praxis de los anacronismos epistemológicos e ideológicos que gobiernan los fundamentos axiológicos del pensamiento y acción utópica a todo lo largo y ancho de la geografía hispanoamericana.

El viejo aliento emancipatorio, igualitarista y libertario que distinguía las banderas y estandartes de lo que se conoció hasta finales del pasado siglo XX ha devenido, tristemente, en lamentable degeneración axiológica. Desde La Pampa hasta los más intrincados meandros del Delta del Orinoco, pasando por el Mato Grosso, la utopía revolucionaria fue envilecida por el contubernio de la corrupción y el narcotráfico. Las ansias justicialistas de libertad y democracia de los movimientos sociales y políticos nacionalistas latinoamericanos fueron trocadas en facciones de bandas forajidas y abiertamente de clara filiación terroristas

A todas luces, es vox populi la inocultable presencia de células terroristas de Hezbolá y de columnas guerrilleras del último bastión del narcoterrorismo colombiano del Ejército de Liberación Nacional (Ejército del Pueblo/ELN) en amplios corredores fronterizos de Venezuela con Colombia y Brasil. Es de dominio público la activa presencia de columnas guerrilleras en pleno corazón del denominado Arco Minero en el estado Bolívar, así como también es pública y comunicacional la existencia en territorio venezolano, específicamente en llanos del estado Apure, de radioemisoras clandestinas del Ejército de Liberación Nacional con clara anuencia del Consejo Nacional para las Telecomunicaciones.

Por fortuna, soplan vientos de cambios para el continente latinoamericano, después de cuatro largos lustros de dominación política y de hegemonía de la izquierda más rancia y reaccionaria. Luego de dos interminables décadas de totalitarismo rojo, de neofascismo marxista de corte estatista absolutista, la gran mayoría de los países que estuvieron bajo el control y dominación de la distopía orwelliana del partido único, las sociedades anestesiadas por el doctrinarismo neopopulista, comienzan a despertar de la horrenda pesadilla teratológica en que las subsumió el proyecto estatocrático empobrecedor de raigambre izquierdo-marxista.

Únicamente van quedando pequeñas rémoras prácticamente aisladas del concierto de naciones que se unen al gran despertar latinoamericano, a saber: Bolivia, bajo el yugo reeleccionista de Evo Morales, la Nicaragua roja sometida por la mano implacable del dictador Daniel Ortega y la tristemente célebre Venezuela dominada por el régimen de terror y hambruna generalizada del gobierno de facto de Nicolás Maduro.

Es evidentemente incontestable la cada vez más acentuada tendencia de la tiranía cívico-militar tardochavista a conculcar los más elementales derechos de libertad de expresión y opinión, de protesta cívica y pacífica. Solo entre el 22 de enero pasado y lo que va de fecha, el gobierno de facto detuvo ilegalmente a más de 900 ciudadanos acusados por el delito de “protestar” para exigir respeto a las más elementales libertades individuales. Tardó bastante, diríase que excesivamente, el lento pero irreversible despertar social y político de la sociedad venezolana del inenarrable trauma psíquico infligido por la mal llamada “revolución bolivariana” pero es objetivamente inexorable la debacle y desmoronamiento de esa teratología seudopolítica llamada “socialismo del siglo XXI”.

A todo lo largo y ancho del continente latinoamericano soplan vientos de cambio y de transformación signados por una sui generis sensibilidad democrática resueltamente alineada con la tradición liberal institucional que de nuevo recorre los más equidistantes puntos cardinales del continente latinoamericano. No hay vuelta atrás; el fascismo totalitario de izquierda experimenta las innegables sintomatologías de su agónico ocaso y esta vez hacemos votos a fin de que sea para siempre. ¡Nunca más un gobierno de izquierdas en nuestro continente! El fascismo totalitario marxista sufre los estertores de su inminente extinción. El sistema comunista se hunde, hagámosle peso.


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