Quizás muchos de ustedes recuerden una muy divertida película de hace muchos años, ¡Que vienen los rusos! (The Russians are Coming, en inglés). Una comedia bélica estadounidense del año 1966, ambientada en pleno histerismo de la “guerra fría”; trata sobre un submarino ruso, el Sprut (Calamar en ruso), cuando su capitán siente curiosidad por ver más de cerca la odiada patria del capitalismo y aproxima el sumergible hasta que la nave, accidentalmente, encalla frente al litoral de una pequeña localidad Cape Cod, península en el extremo oriental del estado de Massachusetts, al noreste de Estados Unidos, y se desata el pánico entre los residentes del pueblo ante lo que creen es una invasión soviética. Un incidente con un niño, que estaba observando subido al campanario de la iglesia se resbala y a punto de caer se agarra de un tubo y permanece colgado. Los rusos e isleños deciden olvidar sus diferencias para salvarlo formando una pirámide humana, es rescatado sano y salvo. Al final, los rusos se hacen amigos de los lugareños porque, aunque sean de la marina soviética, en realidad son personas igualmente sencillas.

Algo parecido está pasando con las tumultuosas militarizaciones en las fronteras con Colombia y Brasil. Los gobiernos están reaccionando a una realidad que de un tiempo para acá los abruma día tras día, con miles de venezolanos llegando a través de esos límites y, más allá de que se les reciba con afecto o no, su gran cantidad –que no cesa, más bien crece– ha perturbado por completo a ciudades que no tienen capacidad suficiente para absorberlos ni atenderlos.

Bogotá y Brasilia se ven en la imperiosa necesidad de establecer nuevos métodos y controles, y entre otras medidas envían a militares para reforzar la seguridad y el orden; porque las fuerzas castrenses y policiales destacadas en las zonas afectadas se han visto desbordadas. Hablar de una remota posible invasión militar es caer y hacerle el juego al régimen. Lo que está ocurriendo en la frontera es lo usual y típico cuando hay un éxodo de población, se inicia la preparación de campos de refugiados como ha ocurrido ya en diferentes partes del mundo.

La suspicacia surge de que todas estas novedades –muchas montadas en tanquetas de muy guerrero y peligroso aspecto– se producen días después del reciente viaje por Suramérica del secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, quien en ninguna etapa de su viaje ocultó, ni se cuidó de hacerlo, que estaba conversando sobre la crítica y difícil situación que viven y padecen los venezolanos, con mandatarios y autoridades de México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica, que, casualmente, uno de ellos fronterizo y todos censores del gobierno –por llamarlo así– de Maduro. Por cierto, Jamaica es líder de la comunidad angloparlante del Caribe, y es bueno recordar que Tillerson señaló más de una vez que Estados Unidos, respaldado por México y Canadá, se las ingeniaría para sancionar al petróleo venezolano y al mismo tiempo buscaría la forma de no perjudicar los países beneficiarios de Petrocaribe –excepto Cuba, claro, pero esa es otra y muy particular historia.

Es lógico que opinadores habituales del teclado y redes sociales escriban de una posible invasión estadounidense, especulaciones en mucho avaladas por otro hecho que parecía ser destinado al secreto pero ha recorrido todos los medios, la visita a los mandos militares colombianos realizada por el jefe del Comando Sur estadounidense, un almirante que ha dicho en varias oportunidades que solo está conversando con sus colegas cuestiones de cómo manejar el problema de la verdadera invasión, la de venezolanos huyendo del desastre.

¿Esconde todo esto –además de una moderna fragata holandesa en Curazao– el prólogo, la preparación de una invasión militar estadounidense? No lo creemos, en cualquier caso, francamente, no apreciamos necesidad ni urgencia de una intervención militar, además, no la necesitan, por el contrario, podemos observar medidas de carácter sanitario y humanitario. El madurismo sabe –o debería saber– que está en bajada y con el sol en la espalda, bastaría para percibirlo el patético llamado del presidente Maduro al papa Francisco para que no lo abandone, y el estallido sorpresivo del fiscal general llamando al pueblo a la defensa.

La disuasión es un acto que se puede dar sin disparar una bala. Los militares se sonríen irónicamente cuando escuchan hablando de invasión militar. No habrá ninguna invasión, el problema es diferente; solo pensar en esa posibilidad es ridículo y risible. Pero de nuevo, el tono, los tira y encoge de las declaraciones, se prestan a las más diversas interpretaciones, desde las exégesis políticas hasta las bravuconas agresivas y belicosas que apuntan hacia una salida violenta de la crisis venezolana.

En estos casos se recomienda mucha compostura y excesiva prudencia. En realidad, lo que se estaría produciendo, como las noches en las selvas tropicales y africanas, son los sonidos que cargan desasosiegos y miedos de amenazas por rugidos, gruñidos, aullidos, siseos, ruidos que, en medio de oscuridades tenebrosas, atemorizan a cualquiera. Y ese temor, que puede llegar a ser paralizante, pareciera es lo que está generando el canciller cara pálida tras perfilarlo con gobiernos latinoamericanos, caribeños y del mundo.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!