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Speak, father, speak to your little boy”. William Blake

[*Habla, padre, háblale a tu hijito”]

Tendrá que reconocer conmigo que el mundo está loco. Tendrá que admitir que hoy la gente, en general, piensa que todo es posible y que la vida se vive en un instante. Mientras lee el diario en su casa o en un café quizás haya perdido algo de la calma que caracterizaba al lector de otro tiempo. En el supuesto de que pertenezca a la categoría de lectores digitales tecnófilos apuesto a que saltará en un segundo a otra cosa, a un mapa de su país, a la consulta caprichosa de un producto en una tienda virtual o a la lectura de un correo electrónico. Tempus fugit. Ah, queremos tocar el cielo sin levantarnos de la silla, queremos vivir deprisa, queremos cancelar cualquier compromiso con un simple toque del dedo índice en un botón.

Leía el otro día el titular de un periódico que hablaba del suicidio de un niño de 9 años en Denver (Estados Unidos). (“El suicidio de un niño gay en Colorado pone de relieve el acoso a los menores LGTB”, El periódico.-29.08.2018). Según parece el niño norteamericano, Jamel Myles, acababa de descubrir su identidad homosexual y después de confesárselo a su madre quiso compartir este hecho esencial para él con sus compañeros de clase. No contaba con la crueldad de los niños de su edad. Debió de pasarlo muy mal hasta el punto de creer que la existencia iba a hacérsele insoportable como para renunciar a una vida que apenas comenzaba ¡Un niño de 9 años!

Jamel Myles

Estamos viviendo demasiado deprisa. Un niño de esa edad no tiene nada claro sobre casi nada. La sexualidad está latente en nosotros, pero se revela un poco más tarde, me parece a mí. El instinto, el deseo sexual y la seducción son cuestiones elaboradas en una personalidad ya adolescente y joven, no en un crío.

Leí comentarios a la noticia en las redes sociales y hubo quienes decían que la culpa es de los padres que se adelantan al proceso de crecimiento de los niños. Yo añado que sí es cierto que hay padres que pretenden dirigir absolutamente lo que un hijo vive. Estos son los padres que controlan al detalle las aficiones, horarios, amigos y actividades de sus vástagos. Claro que también hay otros padres que buscan la libertad sin límites, que no les niegan nada y les permiten todo. Simplemente estos señores no son padres o no actúan como tales. Y no es esta la clase de padres que se preocupa por leer libros como No hay padres perfectos de Bruno Bettelheim. Existen otros que encaminan a sus retoños a una opción, quizás equivocada, o al menos apresurada que les apetece a ellos o se les antoja de buen gusto y no les dan tiempo a madurar. En fin, la educación es tarea primordial de los padres. No es fácil decirle a un hijo que no, ponerle límites, hablar con él, adiestrarle, castigarle, premiarle, enseñarle a respetar a los demás y darle la oportunidad de ser él mismo.

Con todo, sería bueno además centrarse en las circunstancias que movieron a Jamel Myles a quererse tan mal en el entorno de la escuela. El niño tomó una decisión de adulto que no le correspondía tomar sin haberse dado tiempo para pasar a la adolescencia, la juventud y la hombría. Por otro lado, no debe olvidarse la falta de sensibilidad en los iguales del niño (inmaduros-mucho menos maduros que él, por descontado), incapaces de entender y valorar una revelación vital para quien creía ser su amigo.

Jamel Myles y su madre


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