“Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo”.

Constantino Cavafis.

Una joven se queda por propia voluntad en ropa interior durante la presentación de su tesis en la Universidad de Cornell en Ithaca (Nueva York).

Letitia Chai protestaba así –o creía hacerlo– contra el comentario de un profesor que unos días antes le afeaba su elección de una vestimenta inadecuada para la realización de un test de evaluación. (The Independent, 12, mayo, 2018. –Student presents thesis in underwear after professor says her “shorts are too short”, Chloe Farand/ [Una estudiante presenta su tesis en ropa interior después de que su profesor comenta que sus pantalones cortos son demasiado cortos]).

Atrévase usted a decirle hoy a un alumno que no está bien comerse las uñas, masticar chicle en clase o reírse en medio de la explicación. Corregir errores, desaprobar una mala conducta, así como llamar la atención a quien necesita ser educado componen parte de la tarea diaria de los profesores y los maestros. Estas cosas desagradan a los alumnos que acuden a los centros educativos menos dispuestos a aprender.

Parece ser que a la gente no le gusta que le digan lo que hace mal. Es posible que estos años se haya torcido el sentido verdadero de la educación. No es normal que el alumno se considere sobradamente preparado y asista a la facultad a demostrar que sabe más que nadie y quiera dar lecciones a quien puede enseñarle algo.

Habrá personas que crean que la escuela, el instituto o la universidad no son otra cosa sino un escenario de estudiantes con talento en el cual el profesorado se limita a admirar boquiabierto el genio y desparpajo de sus alumnos, aunque sí suceda de vez en cuando. La función primordial de los centros no es esta, obviamente.

El caso de la estudiante de Ithaca, Letitia Chai, podría servir de ejemplo. La joven no admite la observación de su profesor. Se ofende. Chai argumenta que una joven no debe ser juzgada por su indumentaria ni su físico. Y lo mejor que se le ocurre es convertir la llamada de atención de su profesor en una reivindicación grabada en video y posteriormente difundida en las redes sociales.

A medida que escribo estas líneas pienso en el valor de Chai al exponerse de esa manera frente a la audiencia. Es posible que tenga razón en reclamar la igualdad de hombres y mujeres en la sociedad, exigiendo que no haya distinciones por cuestión de género. No obstante, no entiendo cómo puede criticarse la parcialidad de un juicio sexista dejando a la vista precisamente la feminidad más evidente: el propio cuerpo. Con todo, creo que la joven universitaria quiere mostrar que el aspecto de un hombre o una mujer no debe ser tenido en cuenta. Me pregunto qué nos hace a los hombres y a las mujeres decidir resaltar nuestra anatomía mediante la elección de las prendas de vestir. Me pregunto si hay una consigna que nos obligue a todos a pensar de igual manera ¿Acaso la igualdad supone perder nuestra identidad sexual?

En la noticia de The Independent se cuenta que el acto reivindicativo de la joven fue secundado por otras estudiantes. Pero también es verdad que algunos estudiantes respaldaron la actuación del profesor y la consideraron oportuna.

Me da la impresión de que nos estamos saltando algo. Creo que nos estamos olvidando de la moralidad, del civismo y del pudor. A los chicos hay que inculcarles valores morales y cívicos. Estos valores se enseñan y se aprenden en la familia y en la escuela. Los adolescentes educados saben –o deberían saber– que no es lo mismo salir en bici que ir al cine. No se lleva el mismo tipo de ropa para ambas actividades ni se observa la misma actitud.

Afortunadamente, todavía contamos con los otros alumnos que admiten correcciones y entienden la educación como un proceso de instrucción lenta, estructurada y seria.


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