Casi a diario y todos los días, estamos siendo testigos, sin quererlo ni desearlo, de las masacres y los saldos rojos que dejan a su paso los enfrentamientos entre grupos armados y cárteles de la droga provistos de grandes cantidades de armas; los miles de casquillos percutidos en algún lugar que es zona de paso o influencia de estas organizaciones criminales nos hablan de esto.

En las grandes ciudades, en los poblados más apartados y en las comunidades ubicadas al interior de cualquier país, la violencia se ha vuelto una constante a la que los habitantes debemos habituarnos y aprender a vivir con ella a la puerta de nuestro hogar e incluso a entablar el diálogo con alguno de nuestros conocidos.

Aquellos días en los que podíamos salir confiados a caminar en los parques, jardines y el resto de la vía pública están siendo ensombrecidos por las diversas expresiones violentas que van permeando a la sociedad y cauterizan nuestro entorno, resultando en un tejido social semidestruido y en vías de su improbable recuperación.

España, Turquía, Irán, Estados Unidos, Vietnam, Angola y Latinoamérica están siendo asolados por grupos que al buscar sus propios intereses flagelan a los sectores productivos del país o la región, y lo más lamentable de todo ello es que a pesar de que los gobiernos combaten estas problemáticas, en lugar de erradicarlas más parece que se fomentan y crecen.

En América Latina, y tal vez en todo el mundo, el pueblo colombiano ha sido presa de una estigmatización cruel que ha dañado su imagen como país, afectando principalmente a sus pobladores, quienes, aunque conforman un pueblo rico en cultura, arte, música, gastronomía y literatura, solo por mencionar una pequeña parte de sus muchas riquezas, son identificados por la violencia y el tráfico de armas y droga con el que lucran grupos criminales.

Y si bien lo que sucede en Colombia no es un caso exclusivo de esa nación, sí ha influenciado fuertemente en la vida de sus habitantes, y es ahí donde surge un genio literario sin recato que sin ningún miramiento a la realidad que se vive en su país, escribe de manera atrevida.

Este genio literario de quien hablo es Jorge Franco, quien por un lado creció leyendo el “realismo mágico” de otro genio colombiano, Gabriel García Márquez, y por otro creció viendo la mutilación de su pueblo hecho por grupos subversivos y cárteles del narcotráfico, que pugnan por destruir la industria bananera para sustituirla por la industria de las drogas.

Tal vez esto último ha comenzado a suceder en el mundo literario de Franco, ya que su vena creativa está impregnada con un olor a pólvora recién quemada, a humo de marihuana flotando en la habitación cerrada, a polvo de cocaína inhalada por algún ser desafortunado.

La escritura de Jorge Franco es una escritura lúcida en la que sus personajes viven sumergidos en el submundo de los estupefacientes, el narcotráfico, los asesinatos, la rivalidad de grupos y enfrentamientos entre ellos para alcanzar cuotas de poder, el control de las zonas y el de los barrios.

Este mundo clavado en la realidad de muchos pueblos de Hispanoamérica es el combustible que este escritor colombiano utiliza para expulsar los demonios que han invadido su territorio y que se empeñan en clausurar el paraíso de tan noble y sufrida tierra.

Con una formación cinematográfica, Franco Ramos estudió Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, sin embargo, no concluyó sus estudios y, aun así, aprovechando sus conocimientos de cine, logró plasmar de manera visual en el papel las escenas de las que nos habla en sus libros.

Entre sus obras destacan Paraíso Travel, de quien el colombiano Simón Brand dirigiera la versión cinematográfica; y Rosario Tijeras, la obra más conocida, que le valió el Premio Beca Nacional Colcultura y el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón en el año 2000, y por la cual fue traducido a diversos idiomas.

Jorge Franco, un escritor fascinante que continúa con la buena tradición de Gabriel García Márquez, donde su escritura converge con las nuevas voces de la literatura latinoamericana al sabor gaucho de Neuman, la desfachatez de Bayly o la convulsa letra de Élmer Mendoza.

Un escritor único que se prepara para ser depositario de una de las antorchas más brillantes de las letras colombianas.


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