Cuando circuló por primera vez el libro de José Rafael Pocaterra, hace ya 83 años, usó como título La vergüenza de América. Hoy lo conocemos por los vocablos que lo convirtieron en lectura obligatoria para los venezolanos del siglo XX y de lo que va de siglo XXI, y para millares de destinatarios del vecindario y de latitudes europeas: Memorias de un venezolano de la decadencia. Es una de las obras mayores de la escritura venezolana, por el descubrimiento que hace de las características de la tiranía de Juan Vicente Gómez a través de la descripción de una experiencia personal. La narración de las vicisitudes de un hombre perseguido fue capaz de convertirse en espejo del sufrimiento de la mayoría de los actores de una época marcada por la ignominia de una autocracia bañada en petróleo, a la cual le llovían bendiciones porque había establecido la paz en una sociedad levantisca, o porque se escudaba en la bandera de un progreso material que la colectividad de los inicios del Estado nacional no había alcanzado. La imagen benévola se volvió historia aterradora y motivo de baldón colectivo cuando Pocaterra sacó sus recuerdos de la imprenta. ¿Por qué no volver ahora hacia ellos, cuando el futuro se asemeja a un pasado que parecía muerto y enterrado?

Una de las conclusiones más evidentes que se pueden sacar de la revisión de las Memorias de Pocaterra se relaciona con el predominio de una cúpula caracterizada por la mediocridad, aunque en no pocos casos también por la ignorancia supina. Venezuela fue gobernada entonces por un conjunto de funcionarios incapaces de mirar más allá de sus narices, alejados de las luces y apegados a las solicitudes de sus limitaciones de talento, librería y pupitre. Una docena de figuras que pasaban por doctas y contados burócratas apropiados para la atención de sus funciones constituyeron excepciones ante el predominio de un elenco distinguido por el adocenamiento. Seleccionados por las pinzas de un analfabeto funcional, agujas de un inmenso pajar seco que era el almacén más familiar a la voluntad de quien lo movía, una reunión de individuos minúsculos se ocupó de Venezuela durante veintisiete años. Un almanaque tan largo de permanencia en las alturas permitió que llevaran el rostro y el uniforme del jefe a la tintorería, para afeites generosos, hasta cuando Pocaterra los exhibió manchados de delitos y sangre.

Del trabajo de la adulación surgió la imagen del “hombre fuerte y bueno” que gobernaba, del estadista simplón, pero de sentimientos admirables, que miraba por el bien de la nación; pero el autor se ocupó de sacar la historia del papel de las hagiografías para ofrecer un exploración del conjunto de violaciones de la legalidad, llevado a cabo durante casi tres décadas por instituciones de apariencia republicana; y un itinerario por las prisiones tenebrosas que multiplicaron un clima de depredación hasta el extremo de fomentar una situación de parálisis cívica debido a la cual se sostuvo una de las tiranías más ignominiosas del continente. Gracias a la retentiva precisa de Pocaterra, aparece en toda su magnitud el hedor de las jaulas dedicadas al tormento de los prisioneros, la mayoría individuos comprometidos con la causa de la democracia de orientación liberal, las torturas minuciosas y la muerte ordenada con frialdad por el tirano y por quienes lo secundaban. Sentían que el miedo impedía las insurrecciones y sofocaba las respuestas categóricas, sin pensar en que un escritor memorioso se ocuparía de fijarlas en la sensibilidad del pueblo que anhelaba un destino más elevado.

El pasado no pasa del todo. Su cortejo marcha con lentitud hacia el cementerio, mientras se maquilla de actualidad para que no se observen las arrugas de su cara ni las deformaciones de su interior en el momento del segundo debut. No pocas veces se agazapa entre nosotros y entre nuestra seguridad de hombres modernos y despreocupados que tenemos la seguridad de una inhumación hecha por los antepasados. Hay que buscarlo con cuidado, porque se oculta en los rincones para reaparecer con ropa y vocablos de aparente novedad. Las Memorias de un venezolano de la decadencia pueden ayudarnos en el hallazgo del camuflaje.

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