Hay circunstancias que en efecto resultan determinantes. Veamos.

¿Está dicho todo acerca de la actual inseguridad ciudadana y el incremento de los índices delictivos y de mortalidad? No creo que lo esté. Por mucho que nos duela y que nos cueste admitirlo, ese problema parece ir siempre en aumento, y hay en él variantes inéditas en su divulgación o no conocidas al detalle. No se puede ocultar la sensación de que muchas cosas han empeorado, o de la instalación de otras negativas casi con calidad de nuevos valores: una de ellas es precisamente la violencia como fenómeno integrado con todas sus implicaciones a nuestra vida de cada día, y lo es también la atención a sus secuelas que nos ocupa como actividad principal, con una gama de participantes que incluye cuerpos policiales, cirujanos, traumatólogos y forenses, ministros, jueces, agentes funerarios y sepultureros.

Se asocia y se reduce la violencia urbana a los atracos en la calle, los robos en las casas, las cifras diarias de homicidios, pero tiene también repercusiones en el ejercicio de determinadas profesiones. Grave ejemplo ilustrativo: una medicina de avanzada, con excelentes especialistas, que responde a un sentido de modernidad y expresa un positivo aprovechamiento de oportunidades y recursos; pero también una que se ha desarrollado en respuesta a necesidades en situaciones adversas, en muchos casos dolorosas, parte a su vez del deterioro social que padece el país.

En marzo de 1995 fue celebrado en Caracas el XXIII Congreso Venezolano de Cirugía; un evento extraordinario por su excelente preparación y desarrollo fluido, por la selección de los temas abordados en sus sesiones, seminarios, conferencias y demostraciones, por la gran participación y la alta calidad de los invitados especiales; y fue al mismo tiempo un congreso revelador y fiel reflejo de las nefastas circunstancias por las que hoy atravesamos. Llamó la atención al revisar el programa de mesas redondas, conferencias y trabajos libres, el número de temas y actividades relacionados con la violencia, traducidos en reportes de lesiones por armas, y en estadísticas que demuestran que los homicidios representan la segunda causa de muerte en el área metropolitana, habiendo desplazado en ello a los accidentes de tránsito.

Tiempo es de revelarles a tan nobles amigos que me honran con su lectura un aspecto personal en relación con este artículo de hoy: revisando (vieja costumbre) mi cúmulo de carpetas y cajas repletas de notas de prensa, folletos y fotocopias, me encontré con el recorte de El Nacional de mi artículo publicado el 13 de junio de 1995 y sorprendido, 22 años después de ese hecho, con la coincidencia de lo dicho en él y la idea que tenía en mente para el del próximo lunes 11; eso explica por qué dos párrafos de este son copia literal de aquel, además de que la única diferencia en cuanto a la situación política y social descrita en ellos no ha sido sino la de empeorar triste y brutalmente.

Muchos sentimos una mezcla de angustia y rabia al hacérsenos patente que la Venezuela hoy militarizada, en cuanto a represión y criminalidad es fiel reflejo de una conducción política cuartelera y de desprecio por la vida humana; no siendo casual la animadversión del régimen y su ensañamiento represivo contra estudiantes, que con capacidad analítica y sentido crítico, se le opongan. Ya es más que evidente cuán largo es el tiempo que llevamos padeciendo circunstancias como las actuales, determinadas por voraces saqueadores de la nación y con desatado instinto criminal.


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